Desencarnar la idea de Mistral




Por Juana Balcázar  2023


La figura de Gabriela ha sido tergiversada y trastocada hasta el cansancio, como si no fuera suficiente con las múltiples estatuas y murales que colman la mayor parte de las ciudades de la Región de Coquimbo. Aportando a una explotación turística y creando un ideal de maestra, algo así como una “madre” de la literatura regional, que ciertamente no corresponde con todo lo que planteó en su poesía.

“Me acuerdo de tu rostro que se fijó en mis días, mujer de saya azul y de tostada frente, que era mi niñez y sobre mi tierra de ambrosía vi abrir el surco negro en un Abril ardiente”.

Extracto del poema La mujer fuerte, Desolación (1922)

Es valiosísimo el trabajo que hacen museos y encuentros para recobrar la vida y obra de la autora, pero también importante cuestionar lo que se construye a través de su memoria, y para quién o quiénes sirve esta memoria, que al fin trata de establecer una Mistral homogénea, con un sentido de “souvenir”.

Podemos percibir cuál es la idea que se quiere establecer de Gabriela Mistral, leyendo las declaraciones de los representantes de las principales instituciones que están a cargo del patrimonio de la poeta, un legado que fue donado a Chile por su ya fallecida albacea Doris Dana, por medio de su sobrina Doris Atkinson al Centro Mistraliano, dependiente de la Universidad de La Serena.

Una de esas declaraciones es la de Alejandra Torrejón, Vicerrectora Académica de la ULS, quien se refirió a la figura de la poeta estableciendo: “Gabriela es mucho más que un escrito, es una mujer, una mujer íntegra”. Y a de establecer entonces: ¿Qué es “una mujer íntegra”?

Gabriela no es la madre ni la maestra ni la poeta que invita a tomarse de la mano y danzar. Ni tampoco la imagen unidimensional que establecen el sequito de autollamados “mistralianos”, que la conmemoran casi como una divinidad.



En la intimidad, en sus cartas y audios personales, se demuestra la verdadera imagen de la escritora, un ser humano complejo alejado del retrato oficial.

El primer intento de censura contra algún ápice que manchara esa imagen inamovible, fue cuando el escritor Juan Pablo Sutherland contó en el programa “Chile en Llamas”, que en 2002 quiso incluir tres poemas de Mistral en la compilación “A corazón abierto. Geografía literaria de la homosexualidad en Chile”, de editorial Sudamericana. Pero, la Fundación Premio Nobel Gabriela Mistral no lo permitió.

Con los años, se logró hacer frente a este tipo de actos gracias a investigaciones y documentales que aportan mayor perspectiva a la vida y obra de la autora. Tales como “Locas mujeres” (2010) de María Elena Wood o el epistolario editado por Lumen llamado “Doris, vida mía”. Aquí un extracto:

“Querida mía, tú conoces el cuerpo, pero no el alma entera de tu pobrecilla. Y así, no has adivinado el infierno puro que ha sido para mí tu silencio de siete o más días. Yo no te exijo maravillas. Te pido solo una tarjeta cada tres días y en ella, diez líneas tuyas”.

Carta de Gabriela Mistral a Doris Dana fechada en abril de 1949.

En la región se cuenta con un tremendo patrimonio de la escritora, pero ¿Dónde puede encontrar una niña de once años, de una escuela de este angosto territorio, la profundidad de la obra de Gabriela? Quizás vaya a una “tertulia con Gabriela”, instancia que realiza el Centro Mistraliano, dependiente de la Universidad de La Serena, y que se plantea como propósito “generar investigación, estudio y difusión de su vida y obra”. O, quizás, tome una micro a la biblioteca regional que lleva su nombre. Y al entrar se encuentre con la imagen de la poeta con Doris, apostadas como panfleto de dos “amigas” que se abrazan una tarde de verano.

Basta de plantar estatuas, basta de bautizar edificios, plazas, calles. Basta de nombrar especies de animales recién descubiertas, basta de llamarse mistralianas, basta de pretender llegar a la cúspide del turisteo barato proponiendo cambiar nombres de regiones por “Gabriela Mistral”. Ha de sacarse de raíz la idea de mujer-madre-maestra. Y desencarnar la idea de Mistral, a ver si en algún recóndito espacio, encontramos a Lucila Godoy Alcayaga.


Revista Larus
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