Desencarnar la idea de Mistral: apunte extendido
Por Juana Balcázar - 2025
La figura de Gabriela ha sido tergiversada y trastocada hasta el cansancio, como si no fuera suficiente con las múltiples estatuas y murales que colman la mayor parte de las ciudades de la Región de Coquimbo. Todo esto contribuye a una explotación turística y a la creación de un ideal de maestra, algo así como una “madre” de la literatura regional, que ciertamente no corresponde con todo lo que planteó en su poesía.
“Me acuerdo de tu rostro que se fijó en mis días,
mujer de saya azul y de tostada frente,
que era mi niñez y sobre mi tierra de ambrosía
vi abrir el surco negro en un Abril ardiente”.
Extracto del poema "La mujer fuerte", Desolación(1922)
Es valiosísimo el trabajo que hacen museos y encuentros por recobrar la vida y obra de la autora, pero también es importante cuestionar lo que se construye a través de su memoria, y para quién o quiénes sirve esa memoria, que parece establecer una Mistral homogénea, con un sentido de “souvenir”. Una imagen que tapa la realidad de un ser humano complejo, lleno de vivencias, reflexiones, contradicciones y puntos de vista que la convirtieron no solo en Premio Nobel de Literatura, sino también en mujer, poeta, pensadora, maestra, diplomática, lesbiana, y muchos otros adjetivos que son parte de su lúcido pensamiento como una de las figuras más importantes de la literatura mundial.
Se puede percibir, mediante intenciones y afirmaciones, cuál es la idea que se quiere establecer de Gabriela Mistral. Esto se evidencia al leer las declaraciones de los representantes de las principales instituciones a cargo del patrimonio de la poeta. Un legado que fue donado a Chile por su ya fallecida albacea Doris Dana, por medio de su sobrina Doris Atkinson, al Centro Mistraliano, dependiente de la Universidad de La Serena, en la Región de Coquimbo.
Una de esas declaraciones es la de Alejandra Torrejón, Vicerrectora Académica de la ULS, quien se refirió el 2022 a la figura de la poeta diciendo: “Gabriela es mucho más que un escrito, es una mujer, una mujer íntegra”. Tenemos que preguntarnos entonces: ¿Qué es “una mujer íntegra”? Si profundizamos en este concepto, nos encontramos con la idea de alguien “recta, honrada, intachable”.
Si realmente aplicamos estos adjetivos tanto a la biografía como a la obra de la escritora, este molde parece querer incrustarse a la fuerza. Pero la sustancia de Mistral rebasa toda estructura que se le quiera imponer: una narrativa constante que se ha difundido desde la institucionalidad y desde diferentes sectores políticos chilenos. Gabriela no es la madre, ni la maestra, ni la poeta que invita a tomarse de la mano y danzar. Tampoco es la imagen unidimensional que establecen el séquito de autollamados “mistralianos”, que la conmemoran casi como una divinidad. Por eso mismo, las diferentes conmemoraciones o acciones que se realizan desde este discurso oficial sobre su figura, generan tanto debate una y otra vez.
En este año en especial, cuando se cumple un nuevo natalicio de la poeta y se conmemoran los ochenta años de su Premio Nobel de Literatura —convirtiéndose en la primera persona en Latinoamérica, y hasta ahora la única mujer en la región, en obtener esta distinción—, es cuando más se refleja la imposición de un “relato oficial” sobre su vida y obra. Hay tres aspectos en especial que me gustaría tratar en este apunte:
- La
propuesta (nuevamente) de renombrar la Región de Coquimbo como Región de
Gabriela Mistral.
- La “polémica” sobre su
evidente lesbianismo.
- La estatua de Baquedano en Plaza Italia y la
propuesta de reemplazarla por una de Gabriela Mistral.
Sobre el punto uno, la primera propuesta de este tipo fue presentada oficialmente por el alcalde de Vicuña, Rafael Vera, en 2017. Vera propuso llamar a la región “Región de Gabriela Mistral”. Posteriormente, senadores de distintos partidos presentaron un proyecto de ley para cambiar el nombre, el cual fue respaldado recientemente por el presidente Gabriel Boric.
Este debate ha estado presente todos los años en los medios nacionales, apoyado en la idea de “ícono” y en reforzar la identidad regional. Me parece ingenuo creer que, mediante el cambio del nombre, las personas de la Región de Coquimbo desarrollarán una mayor conciencia sobre su figura. Incluso, me parece insultante que se piense de esa manera, pues anula el trabajo real —y, en mi parecer, genuino— de entendimiento sobre las complejidades de Gabriela, por parte de diferentes organizaciones, investigadores e historiadores.
Sobre
el punto dos y la discusión en torno al lesbianismo de Mistral, y la
constante imposición de que es una “idea forzosa” que “carece de relevancia”,
solo evidencia hipocresía y una homofobia evidente. Como si la privacidad de una
figura histórica tuviera espacio solo si se ajusta al ideal:
“hombre-genio-creador-bohemio-amante”. Mientras que, en el caso de las mujeres,
esa intimidad siempre debe recaer en la secuencia:
madre-esposa-dócil-emocional-asexual. Pero en la intimidad, en su real
intimidad —en sus cartas y audios personales—, se demuestra la verdadera imagen
de la escritora: un ser humano complejo, alejado del retrato oficial.
Uno de los primeros intentos de censura contra algún ápice que manchara esa imagen inamovible fue cuando el escritor Juan Pablo Sutherland contó, en el programa Chile en Llamas, que en 2002 quiso incluir tres poemas de Mistral en la compilación A corazón abierto. Geografía literaria de la homosexualidad en Chile, de Editorial Sudamericana. Pero la Fundación Premio Nobel Gabriela Mistral no lo permitió.
Con los años, se logró hacer frente a este tipo de actos gracias a investigaciones y documentales que aportan mayor perspectiva a la vida y obra de la autora, tales como Locas mujeres (2010), de María Elena Wood, o el epistolario editado por Lumen titulado Doris, vida mía. Aquí, un extracto:
“Querida mía, tú conoces el cuerpo, pero no el alma entera de tu pobrecilla.
Y así, no has adivinado el infierno puro que ha sido para mí tu silencio de siete o más días.
Yo no te exijo maravillas. Te pido solo una tarjeta cada tres días y en ella, diez líneas tuyas”.
Carta de Gabriela Mistral a Doris Dana, fechada en abril de 1949.
En la región se cuenta con un tremendo patrimonio de la escritora, pero ¿dónde puede encontrar una niña de once años, de una escuela de este angosto territorio, la profundidad de la obra de Gabriela? Quizás vaya a una “Tertulia con Gabriela”, instancia que realiza el Centro Mistraliano, dependiente de la Universidad de La Serena, y que se plantea como propósito “generar investigación, estudio y difusión de su vida y obra”. O, quizás, tome una micro a la biblioteca regional que lleva su nombre. Y al entrar, se encuentre con la imagen de la poeta con Doris, apostadas como panfleto de dos “amigas” que se abrazan una tarde de verano.
Para el punto tres de este apunte, solo me remitiré a decir que es una cómica metáfora de todas estas polémicas: inmovilizar, en una rigidez monumental, a Gabriela Mistral.
Basta de levantar estatuas, basta de bautizar edificios, plazas, calles. Basta de nombrar especies de animales recién descubiertas. Basta de llamarse mistralianas. Basta de pretender llegar a la cúspide del turisteo barato proponiendo cambiar nombres de regiones por “Gabriela Mistral”.
Ha de sacarse de raíz la idea de mujer-madre-maestra. Y desencarnar la idea de Mistral, a ver si, en algún recóndito espacio, encontramos a Lucila Godoy Alcayaga.
Uno de los primeros intentos de censura contra algún ápice que manchara esa imagen inamovible fue cuando el escritor Juan Pablo Sutherland contó, en el programa Chile en Llamas, que en 2002 quiso incluir tres poemas de Mistral en la compilación A corazón abierto. Geografía literaria de la homosexualidad en Chile, de Editorial Sudamericana. Pero la Fundación Premio Nobel Gabriela Mistral no lo permitió.
Con los años, se logró hacer frente a este tipo de actos gracias a investigaciones y documentales que aportan mayor perspectiva a la vida y obra de la autora, tales como Locas mujeres (2010), de María Elena Wood, o el epistolario editado por Lumen titulado Doris, vida mía. Aquí, un extracto:
“Querida mía, tú conoces el cuerpo, pero no el alma entera de tu pobrecilla.
Y así, no has adivinado el infierno puro que ha sido para mí tu silencio de siete o más días.
Yo no te exijo maravillas. Te pido solo una tarjeta cada tres días y en ella, diez líneas tuyas”.
Carta de Gabriela Mistral a Doris Dana, fechada en abril de 1949.
En la región se cuenta con un tremendo patrimonio de la escritora, pero ¿dónde puede encontrar una niña de once años, de una escuela de este angosto territorio, la profundidad de la obra de Gabriela? Quizás vaya a una “Tertulia con Gabriela”, instancia que realiza el Centro Mistraliano, dependiente de la Universidad de La Serena, y que se plantea como propósito “generar investigación, estudio y difusión de su vida y obra”. O, quizás, tome una micro a la biblioteca regional que lleva su nombre. Y al entrar, se encuentre con la imagen de la poeta con Doris, apostadas como panfleto de dos “amigas” que se abrazan una tarde de verano.
Para el punto tres de este apunte, solo me remitiré a decir que es una cómica metáfora de todas estas polémicas: inmovilizar, en una rigidez monumental, a Gabriela Mistral.
Basta de levantar estatuas, basta de bautizar edificios, plazas, calles. Basta de nombrar especies de animales recién descubiertas. Basta de llamarse mistralianas. Basta de pretender llegar a la cúspide del turisteo barato proponiendo cambiar nombres de regiones por “Gabriela Mistral”.
Ha de sacarse de raíz la idea de mujer-madre-maestra. Y desencarnar la idea de Mistral, a ver si, en algún recóndito espacio, encontramos a Lucila Godoy Alcayaga.