El libro de las renuncias:

El reflejo del espejo que no miramos a diario 



Por Fernanda Meza - 2024 







Cuando abrí El libro de las renuncias de Mariela Malhue, me encontré en un espacio, una voz que narra los avances y retrocesos al momento de tomar o no decisiones. Cuando tocamos fondo se vuelve latente el hecho de que no decidir es también un camino. Las razones de ponerse en pie son mínimas, los límites no son claros y preferimos recogernos, detenernos para continuar. Retomar algún pedazo metafísico que quisimos olvidar para no ir en contra de nosotros. Ante la ruptura de nuestros trozos no parece mala idea colgarse de un pie a la espera de encontrar los aprendizajes que restaurarán lo fragmentado. Las palabras escurren, se expanden en versos de diferentes extensiones, la prosa dilata el tiempo reflexivo. La palabra y la escritura se vuelven un espacio espiritual. La mente por su lado es un propio espacio lleno de ruido. 

Como el átomo preexiste a la escritura, las tendencias naturales al autosabotaje también.  Somos lo mejor que podemos, sin embargo, en ese camino nada está bajo nuestro control. Lo absoluto es negado entre el azahar y el destino. El dolor como una pugna, los lugares incómodos de la pérdida. Un arco sin flecha es la única arma: el poema piensa, el poema siente. Masticamos pensamientos y palabras para lograr digerir aquellas verdades que nos atan. Esas que ante tal incapacidad de reacción se expanden en el papel, se evaden en el presente. La renuncia como medio posibilita la atemporalidad, versos zurcen lo inexorable: intentar perdonarnos. Encontrar en el ritmo la mayor de las verdades, el poema es libre y se construye a sí mismo. Un viajero del tiempo que evidencia nuestro reflejo.  


El orden fortuito ahoga, el desorden de lo que se siente es una razón para mantenerse alerta; las palabras y sus hechizos condicionan los conceptos. Poema a poema se hila la historia de la pérdida, dejamos cosas que amamos por otras cosas que creemos amar. Abdicamos el afuera ante las palabras y así nos perdonamos, aunque la herida siga latente necesitamos continuar sin perdernos a nosotros mismos. Los círculos se cierran en el ejercicio de la escritura y nos levantamos para extender aquel trenzado. En las palabras se traza un camino, en el cual, la caída es revelada al entrar la luz; se abre una grieta en el texto que apunta al futuro. Al tejer el pensamiento grandes bloques son atravesados, la verdadera identidad de la voz es develada y la hablante se levanta entre el sonido del pensamiento constante.  


El ritmo habita el límite, la voz ya está dentro del poema, la invocación erige el espacio simbólico desde donde arremeten las palabras en resistencia y giros. Nombramos ficciones para poder sostener el cuerpo a diario, los elementos aparecen, el equilibrio no nos es concedido, sólo queda la búsqueda. El lenguaje desanuda lo que enredamos en el pensamiento y su manifestación. El apego aferrado a los deseos confunde las acciones y alteran nuestras éticas. Ya no podemos mantener aquella ilusión, ya fue revelada tiempo atrás ¿se elige por uno o por todos? ¿somos capaces de aceptar el castigo y su cauce? ¿La renuncia queda lejos de ejercer el poema?  


Las palabras tiñen la atmósfera, un espacio onírico que realmente no es el sueño. La voz reflexiva de la rumia del pensamiento se construye en gratitud a las posibilidades. Una mirada atemporal que recuerda a creencias orientales y/o indígenas: el silencio y su punto de inicio. Los pensamientos alimentan el poema; dentro de si el presente se vuelve real, la palabra se mantiene fija al tejido. Habitable y potencial el verso crece y es el sonido el que marca el tempo, como se entrecruzan los conceptos en el vaivén que produce su crecida. En el trance, se detiene, el espacio es donde las palabras penetran. El ritmo y su cadencia tejen el resultado de aquellas reflexiones voluntarias e involuntarias que nos propician a la renuncia. Nadie quiere perder, aun así, para equiparar al poema es necesario enfrentar al apego y su herida. El deseo desea al poema y es en esa resistencia que se produce el movimiento. 
A veces la vida te deja caer, la evasión constante ya no da alternativa y estalla. Al encontrarte con lo estancado es más probable poder enmendar el camino, detenerse y poner en perspectiva hacia dónde vamos. Insistimos en la generación de nuevas vías, pero repetimos el tropiezo. Nos enredamos en la madeja de este lenguaje, en los poemas contenidos en el libro y por ende en su renuncia. El instinto envuelto en animal se estremece, la vida que adquiere esa voz ronda entre el caos y el orden. La luz y lo oscuro se mimetizan, las sombras y matices se asoman entre las capas de esta pulsión y de las palabras. La herida arremete en el centro, en el poema resiliente que susurrado se abre camino en el tiempo. 

Lo suspendido de cada palabra denota el artesanato que le da vida. Renunciamos para romper estructuras arraigadas en nosotros, formas aprendidas en nuestros cerebros y sentires. Cargas traídas desde vidas pasadas, historias familiares y su falla en la educación de los afectos. Tropezamos sin entenderlo, el juicio se nubla ante la autosatisfacción: una bomba la proximidad a otro cuerpo, el espejo que logra alcanzar lo que refleja. La consecuencia de escribir es una marca y su mapa nos expone, se muestran estos sentires contenidos en su máxima latencia. El curso natural de las cosas hace decantar, el hito es un quiebre que logra romper la inercia. El deseo se desplaza dejand en su lugar la reflexión: espacio de estancamiento donde se prepara para emerger, como el poema. El presente reaparece y se dibuja de renuncia. La renuncia como un reinicio, todo lo que vive tendrá que morir, así como el sacrificio en el que se transforma el lenguaje.

Lo animal se relega a lo inconsciente, el salto tras la espalda arqueada se alimenta de aquellos impulsos, de la enfermedad física y/o espiritual. En el campo dicen que cuando alguien enferma/es buena señal que un animal muera/así la enfermedad/se irá atrapada en cuerpo de bestia. Ni la palabra ni el jadeo nacen de la obligación, la renuncia como acto animal se levanta en el instinto. La intuición no se aprende, se vuelve ondulante como el libro, como las palabras que unidas producen una gran sinfonía. Una hermosa composición del ritmo y sus palabras, dentro de las venas la sangre tiene su propio pulso y da vida al flujo de lo que se gesta en el trance de la creación. Somos advertidos en mile de señales, pero es el órgano, la piel, el que nos cubre por completos y nos conforma como individuos. Elegimos dejar el amor porque no sabemos escucharnos, no logramos enunciar la palabra y su sentir en sintonía al tiempo. Huimos ante la tormenta y eso nos preserva, tal vez el apego es nuestro gran karma y es ahí cuando elegimos la muerte ante la vida. 

Florecemos cuando dejamos de esperar, cuando las respuestas ya no pertenecen a otros. La fuerza nos permite domar a la bestia, es ahí donde el fuego se enciende. El equilibrio entre el flujo y el control nos es lejano, denota la falta de experticia en habitar el presente. La nostalgia que antes nos ató se evapora en la ausencia, tras la presencia desaparecemos, observamos desde otra parte lo que dejamos atrás. La tristeza se envuelve en la elección, elegir siempre es dejar algo.

Es el tiempo, sobre todo el presente, el que se ampara ante la pena. Vivir el día a día de un duelo, del dolor de perder voluntariamente lo que amamos. En estos poemas y este viaje nos encontramos con nuestros propios cambios, con las crisis de las que nos levantamos con entereza, la posibilidad de elegir sin culpa. Alguien cambia/pero no aquello que lo define. La voluntad como pilar es fundamental, nos mantiene centrados en el camino de la renuncia tras transitar el autoexilio. Nos reconocemos en el dolor mientras meditamos en el vacío que las palabras dejaron en nosotros. El reflejo en el espejo que es la poesía nos deja ver lo que realmente somos. Mantenerse en pie es difícil, la memoria se disuelve entre seguir y estancarse y yo me pregunto qué pasaría si nos hiciéramos las preguntas correctas a tiempo.






Mariela Malhue (1984)


Psicóloga de la Universidad de Buenos Aires, licenciada en pedagogía con mención en Castellano por la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, diplomada en Memoria y Derechos Humanos, por el Museo de la Memoria y la Universidad de Chile y diplomada en Estética y Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha publicado "Estancia y doméstica", "Facciones de un trayecto", "Diagramar una ruta para huir del invierno" y en el 2020 “Lago esquirla” y recientemente “El libro de las renuncias” por editorial Cástor y Pólux.  El 2023 compiló y editó el libro “En torno a lo innombrable. Poesía, deriva y memoria” por la editorial Libros del Pez Espiral. Forma parte del colectivo de escritores “Traza”.
Revista Larus
LTRGO®