“La casa que espera” de Carolina Quijón
Por Ricardo Olave - 2024
Imagen de portada: Editorial Bogavantes
Recojo mis ropas
aún tibias
aún húmedas
expandidas por los cuatro puntos cardinales
de mi patio desolado.
Extracto de Los atavíos
Quién pensaría que detrás de un libro con la portada de una postal de Nueva Imperial en 1905,
una de las tantas ciudades fundadas tras la ocupación de La Araucanía, se esconden los sentimientos de una poeta que pacientemente ordena cada uno de sus sentires. aún tibias
aún húmedas
expandidas por los cuatro puntos cardinales
de mi patio desolado.
Extracto de Los atavíos
La lírica de Carolina Quijón (Carahue, 1977), vale decir su debut en el panorama poético, entrega a partir de una treintena de poemas, una serie de escenas que construyen un hablante poético que como da nombre al libro, se toma su tiempo para construir un alma inquieta y deseosa por sentir en medio del silencio.
Para quienes han vivido en pueblo saben que el tiempo pasa lento, lo suficiente para reconstruir la pasión que recorre a la poeta por el devenir de las páginas. La voz se escabulle entre los cuerpos, en las delicadas pieles de las verduras que dan forma a la ensalada, en desvelos de madrugadas frías, y recorre las calles centrales donde abundan otros como ella, siendo elementos propios de la decadencia de los campos los que dan vitalidad y energía a la propuesta.
Sus versos no son para nada una pasión idílica. El sentir a veces puede ser una condena, tanto que lleva a la voz a enojarse, se frustra, desea más de lo que puede poseer en sus manos. Incluso reconoce que la pasión puede volverse algo incontrolable, que genera caos.
Eco de ello es el poema “Evolución de un virus”, hablando de “la hoguera de mi garganta no cesa, solo respiro fragancias prohibidas”. Incluso habla más directo en poemas como “Qué me digo”, “Ya me tienen chata” o “Lata”, este último cuando la voz declama “huraña, agresiva y malagradecida”.
Hay dos detalles en la poética de Quijón que forman la identidad de este libro. El uso del español
chileno con la belleza que esconde, sin que la casualidad del lenguaje cotidiano suene extraño
con el paso de las estrofas, más bien lo fortalece. Otro detalle es la selección de elementos
naturales, prácticamente identificativos en los pueblos escondidos, que van hilando en estos
poemas diversos planteamientos sobre el amor, inclusive ese imaginario idílico que nunca llega a
concretarse, pasando por el deseo carnal, la soledad y la inquietante búsqueda de sentir algo más
que un beso, un roce o una espalda apretando contra la pared, en otras palabras, la insatisfacción propia de este siglo.
Dicha pasión transita entre recuerdos familiares, frutas deseosamente dulces
o trayectos entre el campo y la ciudad. Reflejo de ello es la lograda trilogía de poemas “La micro”, “Nostalgia necesaria” o el poema homónimo que da nombre al libro, sintetizando cómo los motivos que agobian terminan por ingresar a regañadientes a los lugares típicos. Por las noches hay que dormir por más que algunas cosas duelan más de la cuenta. Y, aunque la paciencia se agota, en todas las casas hay alguien que espera.
Dicha pasión transita entre recuerdos familiares, frutas deseosamente dulces
o trayectos entre el campo y la ciudad. Reflejo de ello es la lograda trilogía de poemas “La micro”, “Nostalgia necesaria” o el poema homónimo que da nombre al libro, sintetizando cómo los motivos que agobian terminan por ingresar a regañadientes a los lugares típicos. Por las noches hay que dormir por más que algunas cosas duelan más de la cuenta. Y, aunque la paciencia se agota, en todas las casas hay alguien que espera.