La posita de las flores


Por Rosana Lillo 

Como cada mañana el sol se asomaba brillante sobre nuestro puerto. Yo, como siempre, mirando desde la ventana de la cocina pensando en las tareas que debo realizar en mi jardín. Y allí estaba la fuente de piedra que mandé a hacer con todo mi cariño para Trinidad, mi nieta mayor que apenas tenía unos nueve meses de vida y sus ojitos brillaban llenos de curiosidad. 

Pasábamos nuestras mañanas de exploración y juegos junto a la fuentecita, imaginando otros mundos llenos de magia y encanto. En el agua cristalina la paloma habla con el colibrí, trabaja y saluda a la abeja que le regala su dulce miel. Yo me pregunto con la taza de té que me abriga las manos: ¿cuándo perdimos la magia? Miro a mis nietos y recupero ese encanto. 

Un día, mi nieta mayor me dijo:

—Mira Yaya, la que vive allí es el hada ¿le servimos un té?

—¡Claro! –le contesté– tomemos el té junto a la casa del hada. 

En Trinidad había una inteligencia y vivacidad donde todo cobraba vida. Con el tiempo llegó, como un gran regalo, nuestro amado Joaquín con sus ojitos hermosos que exploraban y viajaban con el viento, haciéndole compañía a Trinidad. En ese momento se decidió que había que tener un pequeño espacio para él en el jardín y elegimos un lugar cerca del níspero, frente a la fuente, donde aves de distintas especies tomaban agua y descansaban en su transitar 

Con la venida de un patito silvestre que se quedó dos días junto al árbol, llegó al mundo mi tercer nieto, Pablito Alonso, él tiene la alegría de un ángel. Trinidad y Joaquín, decidieron compartir un pedacito del jardín con el más pequeño, cediendo el huerto donde plantaba cebollas, brócoli y ajíes, además de hermosas flores. Bautizaron el huerto como la “divina huertita de Pablito”. 

Cada fin de semana los niños vienen a visitarnos junto a mis hijos para almorzar, ellos juegan en la fuente mientras los adultos conversan. Joaquín y Pablito estaban con Trinidad – que al ser la mayor– lideraba el juego. Entonces propuso ir a visitar a una amiguita que vivía en la fuente, ella decía que en esta estructura vivía una ranita muy hermosa e inteligente. 

Había un pequeño gran mundo que se creaba dentro de la fuente y según Trini, allí había un pequeño pueblo llamado “La posita de las flores”. Los niños estaban intrigados, querían conocer este lugar. 

—Queremos conocer a las personas que viven en el pueblito –dijo Joaquín.

—¡No son personas! Son anfibios –le gritó Trinidad mientras corría hacia la fuente.

—¿Qué es eso?

—Pueden ser sapitos y ranitas, de esos que a veces encontramos en charcos y que comen bichitos.

—¿Ellos viven en el pueblo?

—¡Sí! y son seres muy cariñosos y trabajadores.

—¿Cómo lo sabes? –dijo Joaquín pensativo.

—Porque he hablado con la abuela ranita, me hizo un té con un exquisito aroma a flor. 

Pablito miró con sus ojos grandes las hierbas verdes que rodeaban toda la fuente, donde había pequeñas casitas apostadas en su interior; eran el refugio de ranitas de todos los colores que salían a su encuentro.

—Chicos, los llevaré donde la abuela ranita, solo deben mirar dentro de la fuente y fijarse bien.

Los tres asomaron sus cabecitas y un par de hojas de helecho se abrieron para revelar un pequeño pueblito lleno de encanto. Las ranitas, vestidas de lindos trajes hechos de flores y plantas silvestres, observaban a los niños con alegría. Sus pequeñas calles adoquinadas sostenían letreros que decían “no contaminar” o “venta de ricos helados con sabor a flores y canela”.

—¡Miren! Ahí hay un parque donde juegan las ranitas pequeñas –apuntó Trinidad.

—Busquemos a la abuelita rana.

Los tres niños comenzaron a gritar en la búsqueda de la abuela rana y, de un brinco, la pequeña criatura salió de entre las hierbas hacia su encuentro. Tan hermosa y colorida, la abuela rana tenía un collar de flores, un abrigo café y lentes rosados.

—¡Mis muchachitos tan grandotes! Los invito a hacerse más pequeñitos y conocer mi pueblito. Cierren sus ojitos y solo verán lo que desean.
Se encogieron lentamente hasta tener la estatura de la ranita, ahora podían ver mejor la vegetación y las cabañitas pintadas de gran colorido, donde se escuchaba música de los ruiseñores y las alondras, mientras comían pasteles y dulces de miel.

—Abuelita, tú eres una ranita muy linda y tu pueblo precioso, pero ¿nos puedes explicar por qué se llaman anfibios? –dijo Joaquín. 

—Muchachito, qué hermoso es estar con ustedes. Antes de responder a tu pregunta, iremos a mi ranchito llamado La posada de las flores, allí comeremos unos dulces y les haré el té más sabroso y aromático de la posita. Todos saltaron por el camino principal del pueblo hasta llegar a un hermoso pórtico de madera rodeado de palo de canela y helecho seco con bambú. 

—¡Bienvenidos a mi hogar, mis niños! 

La pequeña abuela rana abrió la puerta y un rico aroma de flores de Jacinto llenó el espacio. 

—Ahora acomódense, les contaré por qué nos llaman “anfibios”. Somos seres vertebrados y vivimos tanto en la tierra como en el agua, hemos nacido de huevos y estamos repartidos entre sapos, ranas y muchas especies más. Cuando somos jóvenes vivimos en el agua porque tenemos branquias; cuando somos adultos desarrollamos pulmones y vivimos en tierra. Nuestra piel es húmeda y no tenemos pelitos. Mis muslos son fuertes y estilizados, porque adoro saltar de flor en flor. Nuestros familiares, las salamandras, no saltan como nosotros… son un poco aburridos. 

Trinidad seguía emocionada, mirándola en silencio con los ojos bien abiertos, escuchando todo lo que les contaba la abuela rana. Hasta que le preguntó, interrumpiéndola un segundo: 

—¿Y de qué se alimentan, abuelita rana?

—Nuestros alimentos preferidos son las plantas frescas y jugosas, también algunas larvas gordas y bien alimentadas, como gusanos sedosos y grandes, deliciosos caracoles y un gran número de insectos crocantes y coloridos ¡Muy nutritivos! 

Los tres arrugaron sus rostros al unísono, el hecho de comer insectos no les gustaba para nada. 

—¿Qué les parece nuestra vida, niños? ¿les gustó? Trinidad alzó la voz y dijo: 

—Abuelita ranita es muy hermoso como viven ustedes, pero ¿cuál es la función de los anfibios en nuestro medio ambiente?

—Les diré, niños, estamos encargados de una gran responsabilidad, que es cuidar parte del medio ambiente y proteger la salud de todos, no dejando que los mosquitos traviesos perjudiquen la vida en el medio y evitando grandes plagas de insectos. 

Pablito con sus ojitos grandes, se acurrucó al lado de la abuelita rana y le dio un beso agradeciéndole el cariño y la gran responsabilidad. 

—Gracias, abuelita ranita, amo lo que hacen tus familiares y le contaré a todos en mi colegio su gran labor. Es como cuando mamá Sara y tía Gisela limpian nuestras piezas y ordenan nuestros juguetes, preparan nuestro día a día para que no tengamos que enfermar y estar sanos. 

Desde lejos, se escucha un grito. 

—¡Creo que nos llaman! –dijo Trinidad.

—Debemos partir, creo que nos busca la Yaya. Gracias a ti, abuelita rana, hemos comprendido tu mundo y el nuestro.

—Manden saludos a esa niña abuela, que también la conocí en su infancia –dijo la abuela rana agitando sus patas.

—¿De verdad conociste a nuestra Yaya? 

—Sí claro, ella y yo somos amigas, como ustedes era curiosa y le gustaba husmear por el jardín de sus abuelos, yo la invitaba a disfrutar nuestros dulces de miel y a ella le encantaba nadar en los charcos. Era curiosa como Joaquín, dulce como Pablito y lista como tú, Trinidad. Pero ella creció y su fe se perdió, yo lloré y pensé que no existiríamos más en sus recuerdos, pero no fue así, ella nunca nos olvidó y su corazón permaneció en ustedes, lo puedo ver. Cuando crezcan, todo cambiará también para ustedes, pero hay algo que no  debe cambiar nunca: el amor universal entre todos los seres vivos. 

Los tres niños cerraron sus ojos y entre el croar de las pequeñas ranas, la magia de la posita de las flores los hizo volver nuevamente a su estatura y la voz de la Yaya apareció firme entre el jardín. 

—¡Niños! ¡A comer postre! 

Mientras corrían al llamado de su abuela, Trinidad se detuvo un momento y miró por última vez la gran fuente del jardín, esperando volver a ver un día la posita de las flores.
Revista Larus
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