En la esquina de la habitación, un corazón late: pequeñas reflexiones sobre la escritura de Clarice Lispector
Por Juana Balcázar - 2025

Conocí a Clarice Lispector cuando estaba en la universidad. De ella comencé a leer pequeños relatos, luego de que una cercana amiga me prestara un fanzine de la autora. Mi primer libro de Clarice Lispector fue la edición del Fondo de Cultura Económica que reúne todos sus cuentos. Recuerdo que, de todos ellos, el que todavía ronda mi cabeza con especial cariño es La fuga. Ahí fui testigo del mundo complejo y lleno de signos que atraviesan el universo de la escritora brasileña.
La historia habla de una mujer abatida y encerrada en su matrimonio; todo en ella pesa, y sentada en una banca, piensa en escapar, imaginar irse del lado de su esposo. Pero finalmente llega a su casa y se acuesta junto a él, imaginando, dentro del silencio de la noche, que existe un barco, el cual se aleja cada vez más. Es esa representación del barco la que todavía cala en mí, la idea de la libertad, de escapar de las pesadeces cotidianas, encerradas en todo tipo de relaciones. Pero decidir, aún así, permanecer, porque la libertad finalmente no es para todos, y muchas veces es solo un barco que imaginamos irse, sin nosotros en él.
La manera en que Clarice utiliza signos, metáforas y representaciones para hacernos sentir profundamente muestra una singularidad en su narrativa. Además de una construcción del lenguaje que es única, y que se relaciona con algo vital sobre el entendimiento del ejercicio escritural que tenía la autora, y que expresa en una entrevista en el programa brasileño Panorama de 1977, donde establece tres puntos que me parecen importantes:
1- Sobre sus comienzos escribiendo a la edad de siete años: “Podía vivir de una historia que no acababa nunca”.
2- Sobre su producción literaria en la adolescencia: “Caótica, intensa, enteramente fuera de la realidad de la vida”.
3- Sobre ser ‘escritora’: “Yo nunca asumí, yo no soy una profesional, yo solo escribo cuando quiero (...) yo me preocupo por no ser una profesional para mantener mi libertad”.
Ese mundo caótico e intenso se refleja en su primera novela Cerca del corazón salvaje (1942), un entretejido de visiones que se intercalan en el sentir particular de Joana, la protagonista, en diferentes etapas de su vida. Es una especie de lengua que se expande y torsiona para darle intensidad a los momentos mínimos y comunes.
Es difícil resumir lo que produce un libro en una sola cita, pero creo que esta se le acerca bastante: “No, todavía no estaba tan agotada como para desear cobardemente, en vez de descubrir el dolor, de sufrirlo, de poseerlo integralmente para conocer todos sus misterios”. Esta cita encierra un sentimiento continuo en los personajes que se presentan en las novelas de la autora, un punto común que muestra flujos de conciencia donde predomina la complejidad, la alienación y un sentimiento de desprecio constante hacia los entornos donde se desarrollan.
Elementos que están presentes en novelas como Agua viva (1973), donde Lispector nos ofrece una reflexión fragmentada sobre la vida, la muerte, el deseo y el destino, entrelazados en un ciclo temporal continuo.
Finalmente, Clarice construye un universo literario que ella misma decide destruir de golpe, demostrándonos el absurdo de la vida y lo fugaz de nuestra existencia. Esa escritura caótica, intensa y enteramente fuera de la realidad de la vida es secuenciada en su último trabajo publicado, llamado La hora de la estrella (1977). Es el destino de su protagonista, Macabea, el espejo de la propia autora, que escribió esta novela poco antes de fallecer a sus cincuenta y seis años. Pero también es el manifiesto de que, incluso aunque la vida esté sujeta a la arbitrariedad del destino, siempre existirán espacios de libertad donde imaginar los mundos que queremos vivir intensamente.
Es difícil resumir lo que produce un libro en una sola cita, pero creo que esta se le acerca bastante: “No, todavía no estaba tan agotada como para desear cobardemente, en vez de descubrir el dolor, de sufrirlo, de poseerlo integralmente para conocer todos sus misterios”. Esta cita encierra un sentimiento continuo en los personajes que se presentan en las novelas de la autora, un punto común que muestra flujos de conciencia donde predomina la complejidad, la alienación y un sentimiento de desprecio constante hacia los entornos donde se desarrollan.
Elementos que están presentes en novelas como Agua viva (1973), donde Lispector nos ofrece una reflexión fragmentada sobre la vida, la muerte, el deseo y el destino, entrelazados en un ciclo temporal continuo.
Finalmente, Clarice construye un universo literario que ella misma decide destruir de golpe, demostrándonos el absurdo de la vida y lo fugaz de nuestra existencia. Esa escritura caótica, intensa y enteramente fuera de la realidad de la vida es secuenciada en su último trabajo publicado, llamado La hora de la estrella (1977). Es el destino de su protagonista, Macabea, el espejo de la propia autora, que escribió esta novela poco antes de fallecer a sus cincuenta y seis años. Pero también es el manifiesto de que, incluso aunque la vida esté sujeta a la arbitrariedad del destino, siempre existirán espacios de libertad donde imaginar los mundos que queremos vivir intensamente.