Población El Facebook
Apuntes sobre Negocio Familiar (Tusquets, 2025)
Por Diego Armijo - 2025
Un episodio de la historia chilena de las polémicas literarias
En abril de 2017 aparece una entrevista a Rafael Gumucio en La Tercera1. La excusa es promocionar su nuevo intento, infructuoso, por ser un escritor de relevancia al amparo del concertacionismo que envejeció mal: El galán imperfecto. Pero, como es costumbre, el comentarista no tartamudea para tirar mierda. En un momento critica a los escritores que, a diferencia de él, no pertenecen a la burguesía:
“[…] si un tipo de clase alta hiciera un libro como hace la clase media ahora, ‘me encanta mi colegio y mis compañeros y lo pasamos increíble’, lo matan. Pero si viviste en Cerrillos podís contar ‘el Lucho y el no sé qué’, y es la raja. Me molesta esa autoindulgencia”.
Por supuesto, le responden2. Entre ellos están Vladimir Rivera Ordenes, Richard Sandoval y Rodrigo Ramos Bañados. Este último logra enmarcar de dónde surge el desespero del primo de candidato presidencial. Dice Ramos Bañados:
“él (Gumucio) tuvo la suerte de tener un buen apellido, influencias y publicar como un niño terrible burguesón de whisquierda a finales de los 90. Hoy sus libros pueden resultar interesantes para esos cuarentones izquierdosos burgueses onda Meo".
Voces más, voces menos, siempre rondando los barrios de la población El Facebook, alguien sale en defensa del imperfecto y clasista escritor: Roberto Merino, polvoso cronista, estipula que “de los escritores que le dieron como caja a Rafael Gumucio, no cacho a ninguno”. Pues, es evidente que para estos burgueses santiaguinos, solo existen los escritores que sean sus amigos, parejas, primos y vecinos. Gumucio, a final de cuentas, expone una verdad de su clase: solo ellos tienen derecho a escribir sobre sus experiencias. Solo ellos tienen derecho a la voz.
Editorial Planeta, cuna de guarenes
Pasaron ocho años desde esta polémica puntual. En el país se sucedieron carnavales y tragedias. Si hace un tiempo a Gumucio se lo apedreaba, ahora, en un ambiente de retroceso conservador, a su voz, al parecer, se le sube el volumen.
Es el ambiente propicio para que su hocico destaque. No es de extrañar que este comentarista de enana estatura moral escriba el prólogo para el segundo libro de Álvaro Campos: Negocio familiar. Sobre el trabajo, la riqueza y el progreso (Tusquets, 2025).
Este, es una sarta de posteos de la población El Facebook, que su autor escribe mientras atiende el negocio de su papá. Su anterior libro, Diarios (Laurel, 2022), ya era un primer estoque. En el, Campos, se expone como un autor en primera línea de la reacción. Desde el otro lado del mesón del negocio, al tener tiempo para leer y escribir sus tonteras, puede transcribir la ignorancia popular. Su posición como hijo del dueño, el niño rico de la población, le da la confianza de convertir todo eso en verdades. Todo, claro, con el aliño de la arrogancia de propietario. Hijo de propietario.
En su prólogo, titulado “Detrás del mostrador” —signo de clase que Campos utiliza y el prologuista valora—, Gumucio intentar perfilar a su amigo: «Mucho de su lucidez también, mucho de una sinceridad a contrapelo de una época que necesitaba ‘convicciones’, es decir, mentiras entusiastas». Se hace evidente la línea en el piso que, el autor vejestorio, traza para definir a su discípulo. Este sería alguien que gracias a su “sinceridad”, carga la “verdad” que nadie quiere escuchar. Luego valorará más aspectos de la nobel figura de Campos. Pues, dice Gumucio, este rechaza la escritura “[para no] hacerse parte de la élite letrada del país, sus talleres literarios, sus editoriales independientes, sus ‘ciudades en cien palabras’, sus revistas casi universitarias, sus delegaciones a ferias del libro”.
Es absurdo que Gumucio cargue contra las formas institucionales o alternativas del campo cultural chileno, siendo él un ejemplo vivo —casi muerto— de la élite letrada. ¿Acaso no es Gumucio el payaso de la UDP? Le inventaron una cátedra solo para no parezca tan bufón, tan inútil. Utilizando un espacio infértil, solo para expulsar de vez en cuando su clasismo.
El tufo burgués aparece, finalmente, al describir el ambiente desde donde Campos escribe: “imaginar lo que el libro no cuenta del todo: casas, hijos, amores, bolsas de agua colgando del techo para engañar a las moscas, perros que se rascan hasta sangrar en una sola mancha de sol”. En esta línea se parece mucho a las reflexiones de café céntrico con las que Roberto Merino interpretó el estallido. Merino expresaba —en diciembre de 2019 para La Segunda— que las protestas habían degrado el centro de Santiago, con «la intención de trasladar el paisaje poblacional a otros lugares».
Gumucio deseaba que apareciera alguien como Campos. Un escribidor de posteos, un evangélico de plaza, una María Visagra, una Señora Juanita. Campos cumple con ser el estereotipo de aquel personaje usado por políticos. Un sujeto, supuestamente popular, que sirve como ejemplo.
En este caso Campos, una señora Juanita que atiende un negocio en Peñalolén, parte de su herencia, es muy útil para los burgueses del centro de la ciudad. Gumucio necesitaba con urgencia que desde los barrios lejanos a su departamento en New York, opinaran igual que él. Por eso ya no critica sino que alaba que este poblador de Peñalolén ocupe sus experiencias de clase, con el fin de justiciar su alharaca reaccionaria. Junto con Merino, Gumucio está muy cómodo con que alguien piense en eco con su voz, mejor aún si vive a una distancia necesaria.
Fotografía: Álvaro Campos, El País.
La gran familia del comercio
Negocio familiar está dividido en secciones que ordenan la jornada laboral del dueño —o el hijo del dueño— de un negocio de barrio. Este orden es más temático que progresivo, pues, como los textos salen del perfil de la población El Facebook de Campos, es solo un orden. A Juan Manuel Silva Barandica, editor responsable de este cocimiento conservador, se le puede valorar su ingenio, a su vez que culpar del veneno que aporta con esta publicación.
En su libro Campos, el escritor —aunque no le guste la etiqueta—, nos trata de convencer que sus reflexiones, repletas de la lectura de referencialidades gringas y europeas, tienen valor. Pero no basta con nombrar alguna palabrita de Lord Byron, Cioran o Kant para que el argumento sea más verdadero, y en Negocio familiar el fracaso de esta empresa se hace evidente.
Este procedimiento, hace recordar a la alaraca continua de Ariana Harwicz que, en su cuenta de Twitter, continuamente intenta justiciar el genocidio actualmente perpetrado por Israel al pueblo palestino. La autora argentina usa citas, referencias históricas y anécdotas de su cotidiano, para tapar el mar de sangre que su nación ha derramado. La cita, como una muleta de prestigio para un argumento, se vacía de sentido, para volver cualquier horror solo una conversación vana.
Las reflexiones de Campos, si se les quitan los paraguas de Heidegger y los SS, se adelgazan. Se hace evidente que buena parte de sus temas surgen de conversaciones en el negocio, con sus clientes. El problema aparece al ver la cantidad de motes, las bengalas y fuegos artificiales que Campos selecciona. Un ejemplo:
— “Incluso he visto hombres exitosos y con plata que obedecen con mayor dedicación. Uno pensaría que la plata emanciparía un poco la cosa, pero al parecer no es así. El otro día, en la prensa, leí que hasta a Messi lo mandaban”.
El libro busca poner en valor los peores aspectos de sus vecinos y semejantes. Para esto la pantomima, luego de pasar por el proceso de citar libros extranjeros, se centra en buscar las verdades en su cotidiano. Es así como Campos intenta justificar el egoísmo, la misoginia, la envidia, el clasismo y todo el set de medallitas de un fiel militante del Partido Republicano.
— “He observado que incluso las bromas descarnadas solo puede ser cosa de hombres. Debe ser por su infantilismo y su total ausencia de ética. La vida es pegar patadas y recibir patadas, riendo y sin lesionarse”.
La anterior, otro extracto de Negocio familiar, sirve como conducción para pensar qué hay en la cabeza de Campos. Si bien, puede llegar a ser una observación atingente, la cuestión se pudre muy rápido, al volverse todo una especie de verdad incontestable. Campos, en sus apariciones en entrevistas, se muestra como un ser despreciable. Mirada arrogante, postura de matón, de su boca solo escapan desprecios. Está bien odiar, tener diferencias, pero en Campos todo se puede resumir a la figura del vecino envidioso. El dueño del negocio, o hijo del dueño, que ve a todos por sobre el hombro. El que estudió en la universidad y se cree mejor. Un vampiro reaccionario que usa las palabras y experiencias de sus vecinos para opinar todas sus estupideces. Campos es el cobarde tras el mostrador.
Al final, y como broche, se observa que un signo de su afiliación moral, tal como un cuadro de derecha, es la ausencia de humor en este panfleto disfrazado de libro. O sea, Campos se hace el gracioso, pero sus ingenios son crueles y macabros. No hay comicidad, liviandad y algo que sí tiene alguien que no pisa la mierda de los fachos: autocrítica. Esta suma de posteos donde se exponen miopes opiniones, cargadas de machismo cómodo, misticismo a lo Miguel Serrano, melancolía por un pasado esclavo y un fuerte egoísmo, son espantosos. El egoísmo es el movimiento que atraviesa todo el libro. Campos nos intenta decir que, gracias a su posición como tío del negocio, comerciante al fin, lograr ver las grietas de la sociedad. A su vez, busca ser esencialista con el trabajo del comerciante. Decir, en claro, que todo comerciante es un egoísta. Que el egoísmo es el motor del progreso.
Conclusión poblacional
Mi abuela, comerciante de la Feria Caupolicán de Viña del Mar, frente al egoísmo de algunos vecinos decía:
—Aquí todos comen.
Pues, sin negar envidias y odios, esa educación me dejó en claro que ante todo, entre comerciantes, está la solidaridad. Lo que mueve al comerciante no es solo la plata para el bolsillo personal. Menos, en el contexto de una feria libre, es posible aceptar el egoísmo ramplón con que Campos pontifica. Los mercachifles como él, Gumucio y Merino, son solo pequeños patrones de fundo, sin más propiedades que esas opiniones defendiendo una posición de privilegio. Ante esto, es necesario, aunque el espíritu de la época sea la miseria humana de los conservadores y reaccionarios de derecha, resguardar la esperanza y pararle la máquina a estos pelafustanes. La población El Facebook, cercada de mallas con púas, solo levanta las voces que hablan de lo peor de nuestra sociedad. Alvaro Campos, felicidades por ser el príncipe de esta población.
1 https://www.latercera.com/culto/2017/04/29/rafael-gumucio-el-galan-imperfecto/
2 https://www.latercera.com/culto/2017/05/04/roberto-merino-los-escritores-le-dieron-caja-a-rafael-gumucio-cacho-a-ninguno/
