CTRL + deseo: humanidad en el sistema binario
Una reseña de Azul eléctrico de Ayelén Rives
Por Tatu Vergara - 2025

Azul eléctrico es un poemario que explora la fragmentación del cuerpo y la identidad en un mundo dominado por la tecnología. La voz poética, un cyborg inmerso en una realidad digitalizada, cuestiona los límites entre humano y máquina, lenguaje y cuerpo, deseo y programación. Con una estructura que imita el código binario y un lenguaje quebrado, Rives nos sumerge en un espacio poético donde cada error es una posibilidad de fuga, cada interferencia un destello de resistencia.
Se entiende a priori que “código binario” hace referencia a, justamente, algún binarismo, por ejemplo, de género. Pero en realidad este código busca construir una realidad “neutra” a partir de dos estados, 0 y 1, donde sus combinaciones son infinitas.
En Azul Eléctrico, los poemas forman parte de este universo, de un mundo abstracto y matemático que busca resolver un problema técnico. Y en esta búsqueda de eficiencia, está la voz poética, al otro lado de la pantalla, y nosotres, al otro lado del texto.
Inmediatamente con los primeros versos pensé en Björk. En la canción It’s not up to you, se pregunta: ¿how do I master the perfect day? (Cómo puedo lograr tener un día perfecto). Y sugiere una respuesta: tomando seis vasos de agua.
En el poemario esta pregunta está implícita a través de la perspectiva de una persona arácnida, alguien que tiene muchos ojos, transformada en un CYBORG cuya vida sucede en la luz azul de la pantalla y el cableado. Una vida donde hay que trabajar, rendir, calcular, mirarse a través de algo más.
¿En qué consiste la futilidad?, se pregunta Ayelén Rives.
La persona araña teje trampas, que parecieran ser los propios desencuentros. A lo largo de los poemas, vamos entendiendo que la trampa de lo CYBORG subyace en que está inoculado de humanidad. ¿Será que todo este texto es una especie de caché / bitácora de este ser? En la medida que voy leyendo, me aborda una pequeña ansiedad y esperanza por el porvenir de este ser. De alguna forma extraña me siento parte de su relato, quizás por la experiencia siglo XXI que habitamos, quizás por la experiencia autista que habito.
De cualquier forma para habitar desde lo humano, el código binario tiene que coexistir con el lenguaje. Uno no borra al otro, pero el lenguaje humano tiene otro tipo de significancias:
admiro lo espontáneo en otros sistemas / el mío no fluye.
¿Cómo nos encontramos como personas cuando esos seis vasos de agua de la canción de Björk se transforman en un montón de axiomas diarios, normas sociales que seguir y relaciones que cuidar?
Azul eléctrico parte desde el punto donde esto no sucedió, nos sitúa inmediatamente en la distopía ansiosa, en busca de sentido, donde lo que hay dentro del exoesqueleto es la pista. Es un intento de dar CTRL + Z a esa realidad que pretende ser perfecta, donde extrañamente el cuestionamiento parece ser parte del sistema binario, ya que, de no serlo, no existiría.
pido a mis manos
bañadas de azul
no estar sola ansiando / CTRL
alt / CONEXIÓN /
Las máquinas son una extensión de nuestra humanidad. La persona araña parece difuminarse en esta realidad tecnológico/digital; donde la opción no es retrotraerse a un estado anterior, sino fusionarse; expresar la humanidad a través de esa interacción, tender trampas, extender redes y esperar a que pase algo.
la biología sólo define un comienzo y un fin
La humanidad persiste a través de la futilidad y se resiste a sucumbir en esta distopía donde buscamos tener cuerpos perfectibles. El deseo entonces se configura como un error de sistema, ¿cómo una máquina puede sentir si es apenas una carcasa con un código específico e intercambiable?
Azul Eléctrico nos revela que la humanidad como la conocemos no está exenta de esta distopía que propone. Tenemos “fallas”, la ambigüedad de nuestros sistemas nos permite operar fuera de los mismos. La máquina que falla y puede actualizarse convive con aquello que termina:
en la carencia / en el éxtasis perecedero
En el penúltimo capítulo del poemario, el lenguaje entra como una fuerza, como información que computa desde la vereda del “error”:
11101
Le araña entonces convierte este deseo y rotura en una gema que se incrusta entre los ojos, como un recuerdo de lo que era antes de ser CYBORG. Y es acá cuando más empatía siento con le personaje. Ese pseudo tercer ojo de muchos convierte su cuerpo en un espacio de lucha del que sólo quedan pocas opciones, quedarse o escapar, porque su cuerpo máquina todo lo procesa.
Esa pizca de humanidad entonces se revela. Lo CYBORG de Azul Eléctrico nos encuentra con lo humano. Este poemario aparenta ser una búsqueda calculada, pero en la medida que avanza, nos relata que lo humano, en su esencia, es subjetivo; es errático, es oloroso, es frío y caluroso. Y de esta ruptura del cálculo, el lenguaje vuelve a deformarse y se transforma en sentir, desesperación y asfixia.
Hay una lectura, un cierto guiño a nuestra forma de relacionarnos en esta realidad. Cuando la carcasa, las cuentas, los avatares y fotos de perfil desaparecen, volvemos a encontrarnos con la crudeza del mundo. A ratos es horrible, porque es un contraste con una realidad profundamente editada. De cierta forma, esa persecución se vive al momento de salir del ecosistema digital. La nuestra pareciera ser una realidad más sutil que la planteada en Azul Eléctrico, pero el poemario nos devuelve esta realidad como espejo, porque en esta hipérbole azulada no podemos sino darnos cuenta que ya la estamos habitando. Ayelén Rives interpela nuestra humanidad a través de un día aparentemente rutinario de alguien que quiere escapar de su propio mundo, donde la ansiedad parece ser simplemente un síntoma.
![]()
Ayelén Rives nació en Quilmes, provincia de Buenos Aires, Argentina en 1988. Amante de la naturaleza y del mundo botánico. Es editora y redactora en revistaruda.com y se dedica a la comunicación, el periodismo y la gestión cultural.
En poesía publicó los libros Morada (2015, colección miliuna), Kintsugi (2022, Ediciones en Danza) y Masticaciones (2024, Ediciones Ciclo Monserrat) . Participó de la organización de múltiples ciclos y lecturas, entre ellos el Club Atlético de Poetas, Lengua que ladra y, actualmente, Salvaje Fruta.
la biología sólo define un comienzo y un fin
/aun no se pudo erradicar cierta
descomposición de los píxeles
La humanidad persiste a través de la futilidad y se resiste a sucumbir en esta distopía donde buscamos tener cuerpos perfectibles. El deseo entonces se configura como un error de sistema, ¿cómo una máquina puede sentir si es apenas una carcasa con un código específico e intercambiable?
Azul Eléctrico nos revela que la humanidad como la conocemos no está exenta de esta distopía que propone. Tenemos “fallas”, la ambigüedad de nuestros sistemas nos permite operar fuera de los mismos. La máquina que falla y puede actualizarse convive con aquello que termina:
en la carencia / en el éxtasis perecedero
todavía encuentro algo / humano
En el penúltimo capítulo del poemario, el lenguaje entra como una fuerza, como información que computa desde la vereda del “error”:
11101
habito un lenguaje partido
cada fisura da error
tras la rotura
entra el deseo
Le araña entonces convierte este deseo y rotura en una gema que se incrusta entre los ojos, como un recuerdo de lo que era antes de ser CYBORG. Y es acá cuando más empatía siento con le personaje. Ese pseudo tercer ojo de muchos convierte su cuerpo en un espacio de lucha del que sólo quedan pocas opciones, quedarse o escapar, porque su cuerpo máquina todo lo procesa.
Esa pizca de humanidad entonces se revela. Lo CYBORG de Azul Eléctrico nos encuentra con lo humano. Este poemario aparenta ser una búsqueda calculada, pero en la medida que avanza, nos relata que lo humano, en su esencia, es subjetivo; es errático, es oloroso, es frío y caluroso. Y de esta ruptura del cálculo, el lenguaje vuelve a deformarse y se transforma en sentir, desesperación y asfixia.
Hay una lectura, un cierto guiño a nuestra forma de relacionarnos en esta realidad. Cuando la carcasa, las cuentas, los avatares y fotos de perfil desaparecen, volvemos a encontrarnos con la crudeza del mundo. A ratos es horrible, porque es un contraste con una realidad profundamente editada. De cierta forma, esa persecución se vive al momento de salir del ecosistema digital. La nuestra pareciera ser una realidad más sutil que la planteada en Azul Eléctrico, pero el poemario nos devuelve esta realidad como espejo, porque en esta hipérbole azulada no podemos sino darnos cuenta que ya la estamos habitando. Ayelén Rives interpela nuestra humanidad a través de un día aparentemente rutinario de alguien que quiere escapar de su propio mundo, donde la ansiedad parece ser simplemente un síntoma.
Sobre Ayelén Rives

Ayelén Rives nació en Quilmes, provincia de Buenos Aires, Argentina en 1988. Amante de la naturaleza y del mundo botánico. Es editora y redactora en revistaruda.com y se dedica a la comunicación, el periodismo y la gestión cultural.
En poesía publicó los libros Morada (2015, colección miliuna), Kintsugi (2022, Ediciones en Danza) y Masticaciones (2024, Ediciones Ciclo Monserrat) . Participó de la organización de múltiples ciclos y lecturas, entre ellos el Club Atlético de Poetas, Lengua que ladra y, actualmente, Salvaje Fruta.
