Stella Díaz Varín: “Soy y seré después de los advenimientos”
Por Juana Balcázar 2023
Stella no solo escribe poesía, y lo digo en presente porque sus letras están tan vivas como cuando fueron escritas, sino que vivió a través de esa palabra, habló, respiró y se movió con y a través de su escritura. Como un golpe, o una tormenta, “La colorina” removió la literatura nacional, y forjó a una escritora con un imaginario único en Chile. Su lucha será una sola, como lo dijo en su poema “La palabra”: “Y mi triunfo; Encontrar la palabra escondida”.
Entre sus manos una maleta de cartón, con diecisiete años llega a Santiago desde La Serena y comienza a trabajar en el diario El Extra. Con ganas de estudiar medicina, deseando ser psiquiatra. Pero rápidamente empieza a producir los signos de lo que sería su escritura. Su primer libro, Razón de mi ser, es un manifiesto donde se trasluce la fuerza con que afronta la tragedia de lo humano, se erige para contemplar la existencia, y la golpea. Porque con Stella no eran solo palabras.
“De la mujer que desparramó las larvas milenarias
de sus pechos en el dintel del tiempo;
de la mujer que se envolvió en sí misma
dentro de una madrépora en su mundo de algas
y desanduvo todos los caminos para encontrar sus ansias
y lanzó su agonía decisiva junto con las estrellas…”
De Razón de mi ser (1949)
Cuatro años después de su primer libro, en 1953 publica Sinfonía del hombre fósil. Mientras comparte su cotidiano con la generación del 50, fue gran compañera de Jorge Teillier, Enrique Lihn y Alejandro Jodorowsky. Sus lugares habituales, eran los de la literatura santiaguina en el Parque Forestal, el café Iris, El Bosco y el Bellas Artes.
“Era una locura muy hermosa, preciosa, bellísima. Por supuesto que
había mucha canallada, lógicamente, pero la realidad era real, no era una realidad
virtual”.
Stella Díaz Varín, para
revista Paula, 2000.
Una década después, en su libro “Tiempo, medida imaginaria”, sumerge sus reflexiones al cotidiano, dibujando a la esposa, la casa, el hijo. A estas figuras también las remece, toma sus cuerpos y los enciende, “Enciende la bujía y lee”, como escribe en su poema “Cuando la recién desposada”. Aquí la mujer ya no está sola, no es sometida al sinsabor del matrimonio, encuentra en las palabras la ventana abierta para liberarse de la sombra, de su sombra.
“Cuando la recién desposada:
Ya no estaré tan sola desde hoy día.
He abierto una ventana a la calle.
Miraré el cortejo de los vivos
asomados a la muerte desde su infancia.
Y escogeré el momento oportuno
para enterrarla”.
Extracto del poema “Cuando la recién desposada”, Tiempo medida imaginaria (1949).
Stella
construyó un espacio, donde su cabellera representa lo sagrado, un emanar de
erotismo y vitalidad que juega con los signos de la tierra, y conjura en el
deshilache de las palabras los horrores de la idea de familia.
“Dejaban mi cabellera colgando desde el tronco de la puerta como trofeo.
Sin precedente en la historia de los indios manantiales,
y una cuenca abierta,
para la mirada de los ojos indiscretos
colocada a la acera del abismo…
Y esta era mi morada”.
Extracto del poema “Casa”, de su libro Tiempo, medida imaginaria.
La palabra remecida
Su fuerza era la del pensamiento, pero también, la de la acción unida a la convicción férrea de sus ideales. Se une al partido comunista y escribe en el diario La Opinión, sale al poco tiempo del partido, pero siempre se sitúa en la izquierda militante. Tras el golpe de Estado y la dictadura cívico-militar, la poeta enfrenta la persecución y la tortura.
De repente, se asoma en su brazo un tatuaje con forma de calavera. Su cuerpo guardó signos de la venganza en contra de lo injusto, de las “canalladas”. De esto habló en detalle en una entrevista del año 2000, republicada el 2017 en La Tercera:
“Íbamos a ajusticiar a González Videla por traidor. Entonces el
tatuaje fue para sellar el pacto que hicimos porque González Videla, después de
ser elegido, mostró la hilacha de la forma más siniestra y se comportó como era
no más: como un pobre y triste pequeño burgués serenense, hijo de
despachero y trepador de pirámides”.
Su independencia se sustenta en la forma de constituir un mundo, y es aquí, donde el concepto de lo “fósil” se convierte en una constante. Y la conecta con la realidad, con lo inamovible, con la observación de su experiencia vital. La soledad, por su parte, toma fuerza dentro de sus escritos:
“Cómo es que pretendes poseer mi pensamiento
y mi mirada de estremecida fiera,
cómo es que pretendes poseer mi soledad
a través de la raquítica arquitectura del sonido,
cómo es que pretendes encontrar el origen
de mi violento mandato, más allá
de la séptima agonía de tu pecho”.
Extracto de Origen de soledad, del libro Razón de mi ser.
La colorina, traspasa la poesía y se conforma en el imaginario como una figura, como un sujeto poético que cuestiona, que urde las vocales, e hila sus dones previsibles frente a la trágica historia de su tiempo, así como su intensa y avasalladora estampa.
Stella Díaz Varín murió el 13 de junio de 2006 en Santiago de Chile, a los 79 años. Su sistemática resistencia a ser tratada médicamente, era también un acto de rebeldía consciente. Así lo estableció la escritora Claudia Donoso, quien la acompañó en sus últimos días:
“Tras la rigidez del mito, había una mujer extremadamente sensible, fina en sus percepciones, y tremendamente lúcida. Se habla mucho de la cosa bohemia de la Stella, que lo ha sido, pero esa es la parte caricaturesca. Era una persona extremadamente seria. Además, tenía una capacidad de lectura asombrosa”.
“Dejaban mi cabellera colgando desde el tronco de la puerta como trofeo.
Sin precedente en la historia de los indios manantiales,
y una cuenca abierta,
para la mirada de los ojos indiscretos
colocada a la acera del abismo…
Y esta era mi morada”.
Extracto del poema “Casa”, de su libro Tiempo, medida imaginaria.
La palabra remecida
Su fuerza era la del pensamiento, pero también, la de la acción unida a la convicción férrea de sus ideales. Se une al partido comunista y escribe en el diario La Opinión, sale al poco tiempo del partido, pero siempre se sitúa en la izquierda militante. Tras el golpe de Estado y la dictadura cívico-militar, la poeta enfrenta la persecución y la tortura.
De repente, se asoma en su brazo un tatuaje con forma de calavera. Su cuerpo guardó signos de la venganza en contra de lo injusto, de las “canalladas”. De esto habló en detalle en una entrevista del año 2000, republicada el 2017 en La Tercera:
“Íbamos a ajusticiar a González Videla por traidor. Entonces el
tatuaje fue para sellar el pacto que hicimos porque González Videla, después de
ser elegido, mostró la hilacha de la forma más siniestra y se comportó como era
no más: como un pobre y triste pequeño burgués serenense, hijo de
despachero y trepador de pirámides”.
Su independencia se sustenta en la forma de constituir un mundo, y es aquí, donde el concepto de lo “fósil” se convierte en una constante. Y la conecta con la realidad, con lo inamovible, con la observación de su experiencia vital. La soledad, por su parte, toma fuerza dentro de sus escritos:
“Cómo es que pretendes poseer mi pensamiento
y mi mirada de estremecida fiera,
cómo es que pretendes poseer mi soledad
a través de la raquítica arquitectura del sonido,
cómo es que pretendes encontrar el origen
de mi violento mandato, más allá
de la séptima agonía de tu pecho”.
Extracto de Origen de soledad, del libro Razón de mi ser.
La colorina, traspasa la poesía y se conforma en el imaginario como una figura, como un sujeto poético que cuestiona, que urde las vocales, e hila sus dones previsibles frente a la trágica historia de su tiempo, así como su intensa y avasalladora estampa.
Stella Díaz Varín murió el 13 de junio de 2006 en Santiago de Chile, a los 79 años. Su sistemática resistencia a ser tratada médicamente, era también un acto de rebeldía consciente. Así lo estableció la escritora Claudia Donoso, quien la acompañó en sus últimos días:
“Tras la rigidez del mito, había una mujer extremadamente sensible, fina en sus percepciones, y tremendamente lúcida. Se habla mucho de la cosa bohemia de la Stella, que lo ha sido, pero esa es la parte caricaturesca. Era una persona extremadamente seria. Además, tenía una capacidad de lectura asombrosa”.