Tras la pista de Teresa Wilms Montt en Buenos Aires


Por Juana Balcázar - 2024 

Memoria Chilena 


Hay una teoría llamada “Universo de bloque”, y establece que el pasado, el presente y el futuro coexisten simultáneamente en diferentes partes del espacio-tiempo. La escritora chilena Teresa Wilms Montt llegó a Buenos Aires en el año 1916, escapando luego de haber sido obligada por su esposo Gustavo Balmaceda y su familia, a recluirse en el Convento de la Preciosa Sangre en Santiago. Disfrazada de viuda y con la ayuda de Vicente Huidobro, cruza la cordillera para asentarse unos años en la capital argentina. Esta crónica recrea su vida en este puerto, y los lugares que transitó en ese fragmento de historia, que todavía está vivo en alguna parte del pasado, hace 108 años.

Para viajar, ocuparemos como máquina del tiempo, los diarios íntimos de Teresa, reeditados por Julieta Marchant junto a Alquimia Ediciones el 2015. Aquí, gracias al trabajo de investigación que acompaña esta edición, podemos ver los primeros indicios de este, nuestro recorrido.  


Buenos Aires, 26 de mayo de 2024 
Hora: 15:00 



El celular marca nueve grados y una sensación térmica de seis. Las hojas secas están por todo el pavimento, y caen en mi cabeza cubriendo mi pañuelo color rojo. Debo tomar la línea de metro C, y llegar a la última parada que me deja en Estación Retiro, esta se erigió hacia 1908, inaugurándose finalmente en 1915. Por lo que a la llegada de Teresa, está construcción estaba en pleno funcionamiento.

La voz en el citófono del vagón irrumpe entre los pasajeros, anunciando la parada: “Estación Retiro”, con solo esa frase, el tren se detiene, y junto al pitido de advertencia, se abren las puertas del andén. Subo la escalera mecánica que lleva al interior de la estación, quiero ver sus detalles, y poder imaginar cómo y qué miró Teresa al llegar a Buenos Aires por primera vez. 

Algo me detiene, hay un ruido eléctrico en todo el subterráneo que parece viajar por el cableado y las luces. Desde el umbral de la salida que lleva a la estación, una neblina comienza a brotar y envuelve todo el espacio. Cierro los ojos y sacudo la cabeza. Al abrir nuevamente mis párpados, las personas que transitan por la estación, cambian sus atuendos contemporáneos a grandes abrigos y sombreros de principios del siglo XX, que parecen combinar con los ruidos de aquellos trenes que llegan desde el interior del país.

Parece ser, que la leve lámina del tiempo se encuentra ahora en una intersección temporal, donde se me permite ser la observadora de un pequeño rastro de pasado.  



Fachada de Estación Retiro,  albúm de fototipias Peuser. Buenos Aires, 1921.   


Interior de Estación Retiro en la actualidad.  Foto de autora. 



Junio de 1916 
Hora: Indeterminada



Vicente y Teresa tomaron algunas semanas atrás un tren en la Estación Mapocho en Santiago. Entre la multitud de personas que esperan a algún familiar, o llegan recién a Buenos Aires, veo desde el costado de la boletería a un hombre alto, de pelo negro y peinado de una forma prolija. Tiene ojos grandes y oscuros, y lleva un traje de satín negro y una corbata de rayas de un leve color grisáceo. Del brazo, una delgada mujer cubierta de grandes encajes que esconden su pelo. Me acerco lentamente tratando de esquivar los fuertes murmullos, gritos de comerciantes y personas que piden una que otra moneda a los que recién llegan.

Mi corazón se acelera, trato de alcanzar a la pareja que parece alejarse cada vez más, el cúmulo de gente se hace más denso y no me deja seguir el paso. Levanto mi mano en un signo de desesperación para llamar la atención de Teresa y Vicente. A lo lejos, la escritora levanta su mirada entre el encaje que cubre su rostro, solo puedo ver esos profundos ojos azules, tan vastamente descritos en diferentes archivos y entrevistas sobre la escritora.

“¡Teresa!”, grito entre la multitud. Pero como un salto, o como un pestañeo repentino, la neblina se esfuma, la gente y sus rostros se diluyen, y los ojos hondamente azules de Teresa desaparecen.

Es 2024 nuevamente, son las 16:15hrs y un policía me toma del brazo fuerte. Ante la gente que me mira como si estuviera loca, el policía dice:

      —Che ¿algún problema?

Me tirita la voz, me sale entrecortada y respondo:

      —No… Nono, todo bien, pensé ver a alguien conocido.

El policía se quedó un rato mirándome, como si fuera sospechosa de algo. Se escuchan gritos desde el fondo de la estación, un hombre sale corriendo y una mujer tras él alega que la robaron. El policía lo persigue y aprovecho la distracción apurando el paso. Pasados unos minutos, ya nadie me mira con extrañeza, y más tranquila, aprovecho de mirar la estructura.

Subo mi mirada al techo, como posiblemente lo hizo Teresa. En él, una serie de octágonos de color blanco adornan el interior. Y una gran cúpula apoyada en grandes columnas romanas aseguran una enorme nave de concreto y mármol, que abre el espacio a una seguidilla de ventanales que dejan entrar la luz.

Imagino su figura, quizás aliviada por dejar el encierro, pero también con miedo, extrañando a sus dos hijas que quedaron al otro lado de la cordillera. Según mi investigación, lo primero que debieron ver sus ojos al salir de Estación Retiro, es la llamada Torre de los Ingleses, en la plaza Británica que queda al frente. Por aquí, caminaría los años siguientes, entre cafés, tertulias y amores tan erráticos como ella.   


Estación Retiro a un costado, Torre de los Ingleses al centro, actual  Torre Monumental. Albúm de fototipias Peuser. Buenos Aires, 1921.  



Torre Monumental a las afueras de Estación Retiro en 2024 y 1917.  



26 de mayo de 2024
Hora: 16:25


Luego de la guerra de Las Malvinas en 1982, la torre que recibe a Teresa, a las afueras de la Estación Retiro, cambia su nombre a Torre Monumental, y la plaza Británica, pasa a llamarse plaza Fuerza Aérea Argentina. Cruzo por calle San Martín y la Avenida del Libertador. Para llegar al hotel donde se hospedó la escritora en 1916. 


Hotel Plaza de Buenos Aires.  Albúm de fototipias Peuser. Buenos Aires, 1921.   


La plaza General San Martín es un enorme enclave verde en medio de la ciudad, alrededor se erigen enormes edificios hoy alicaídos. Que guardan pequeños vestigios de lo que fueron en sus días de esplendor. Entre unos árboles, se levanta el enorme Plaza Hotel Buenos Aires, un edificio de dos torres unidas en su base. Según mis apuntes, este edificio fue construido en 1909 y fue diseñado por el arquitecto alemán Alfred Zucker, presentando una impronta del estilo barroco alemán.

Hotel Plaza en la actualidad. Foto autora.


Quiero saber qué escribió Teresa estando aquí. Miro hacia las ventanas que se dibujan en el gran hotel, la imagino parada en una de ellas, mirando desde su tiempo, ¿Me verá a mí, parada en las afueras? ¿Verá mi abrigo amarillo y pañuelo rojo entre la multitud de una tarde de 1917? Sí, ahora es 6 de abril de 1917, casi un año desde su llegada. Y a continuación, habla Teresa:  


6 de abril de 1917
Hora: indeterminada


Los hombres, como los astros, tienen una ruta señalada y son perfectamente sabios los encuentros de éstos en el espacio, como el de las almas en el mundo.

Hay en la tierra un delicioso estremecimiento que anuncia la llegada de la hora azul, hora en que se duermen los pájaros y se aquietan los árboles desvanecidos de ensueños. También el amor tiene su hora azul, que se anuncia en la expresión intensa de nuestros ojos y en los labios un ansia in nita de caricias.

Mientras abrazados esperábamos en medio del campo la agonía del sol, tu boca dejó en palabras, en besos dentro de mi alma, la huella de tu espíritu dulcemente silencioso. Y como son tan pocos los recuerdos gratos que proporciona la vida, quiero advertirte que ayer me regalaste uno que guardaré como un beso en la cuna del corazón.

Thérèse. 

26 de mayo de 2024
Hora: 17:00 


Desde la fachada del Hotel Plaza, sigo por calle San Martín, entro a un quiosco y compro un diario. En su portada un titular: “Desgaste interno. Los ministros de Milei creen que la situación de Posse debería resolverse cuanto antes”. El mismo sonido electrizante que escuché en la estación, ahora recorre la calle. Paso la página del diario, en ella, las palabras comienzan a correr en espiral, se desdibujan las fechas y las tipografías, y una pequeña fotografía se reconstruye en su centro. Agito el diario con fuerza, el hombre que atiende el quiosco me mira extrañado:

    —¡Hey! ¿Podés parar con el ruidito? Los diarios son para leerlos, no para sacudirlos.

Disimulo una pequeña risa nerviosa y salgo rápidamente, miro a los dos lados de la calle y me siento en un banquito cercano. Aparto el diario dejándolo a un lado, cierro los ojos fuerte hasta que me duelen los párpados. Respiro, como tomando valor para enfrentar algo inminente. Nerviosa, tomo el diario nuevamente, y lo abro con fuerza en la misma página que quedé. Las letras calman su movimiento, y se van reordenando columna tras columna, entonces leo:

“Una escritora chilena en Buenos Aires”.

Más abajo:

“Un valioso elemento se incorpora con esta nueva obra a la pléyade de escritoras chilenas. Therése Wilms Montt, autora de Inquietudes Sentimentales, pertenece, por su familia, a la más distinguida sociedad santiaguina, y por sus brillantes dotes de escritora, a la élite de la nueva generación intelectual de la vecina república”.

Al parecer, nuestra errante escritora no ha perdido el tiempo en Buenos Aires.


Cuentos para los hombres que son todavía niños,.
Alquimia Ediciones 



26 de mayo de 2024 
Hora: 18:30 


Debo seguirle el rastro, me duelen los pies y tengo hambre. Me compro un “pancho” antes, una especie de completo, pero con la desabrida limitación de una salchicha con mostaza y papas fritas encima. También una cajetilla de cigarros para capear el frío porteño, que ahora desciende a cinco grados. Abro la hoja donde tracé un pequeño mapa con su recorrido. La próxima parada es la casa de Bartolomé Mitre, presidente argentino entre 1862 y 1868, quien vivió en uno de los pocos edificios de origen colonial que aún siguen en pie en la ciudad.

Es en esa casa, y posteriormente en el edificio contiguo, donde funcionó la revista Nosotros, en la que Teresa colaboró apenas llegó a la ciudad. En esa revista colaboran también Huidobro, y personajes como Unamuno, Azorín, Valle-Inclán y otros escritores consagrados.

Termino de fumarme el último pucho, y el aire parece de nuevo cubrirse de una rara electricidad. El ruido, como una estática atrapada en una burbuja, diluye todas las calles de la tarde del 26 de mayo de 2024, y vuelve a mostrarme una pequeña ventana hacia el pasado. Levanto la mirada, es ella nuevamente, la veo caminar desde calle Florida, con su sombrerito y su bastón de caña. Con paso decidido, puedo sentir cómo su corazón late fuerte y avanza a paso firme. En el único refugio que le queda, su objetivo es hacerse un nombre en las letras de esta ciudad.

Le sigo el paso cautelosamente, llegando a la casona. En su fachada, una puerta y una hilera de ventanas que dan a la calle de forma directa. Nadie me ve entrar tras de ella, y puedo ver el gran patio interior donde un pozo de agua, y estatuas de mediana altura lo adornan. Escucho su voz tenue, me meto detrás de la escalera en forma de caracol que está en las habitaciones contiguas. Teresa pide una reunión con Alfredo Bianchi y Roberto Giusti, los directores de revista Nosotros. Tras unos 35 minutos, sale de la oficina con una leve sonrisa, y un rostro de pequeña victoria. Me quedo un rato pegada en esa facción de su cara, y olvidó el hecho que ya salió de la casona.

Con desesperación, salto de mi puesto y salgo corriendo por la salida. Al cruzar el umbral de la puerta, ya no está, y nuevamente veo los autos transitar. Miro el reloj agitada, ya casi serán las 20:00, he perdido totalmente la noción del tiempo. Pero quiero guardar ese pequeño instante de la tarde de 2024, con una foto de la fachada de lo que fue una casa, y ahora es un museo. 

Actual Museo Mitre, en calle San Martín 336. En el edificio contiguo
se fundaría revista Nosotros.  


A la semana siguiente de la reunión junto a los directores de la revista. Teresa ya es colaboradora remunerada de Nosotros, ahí conoce a Antonio Mercatali y Balder Moen, que se convierten en sus editores literarios, esa es su puerta de entrada, para hacer amistad con intelectuales y artistas de la época.

Pronto se muda desde el hotel Plaza, a una pensión en calle Charcas número 889. También da clases de idiomas, recita sus poemas, y ocupa las noches para las tertulias, el día para descansar, y la tarde para escribir. Se hace muy popular, y su debut literario ocurre en el otoño de 1917, cuando publica Inquietudes sentimentales. Luego, en primavera, consolida su carrera en Buenos Aires con “Los tres cantos”, es aclamada por la crítica porteña.


26 de mayo de 2024 
Hora: 20:30


Es aquí. Llegué a la última parada de este, mi mapa dibujado. Estoy frente al Café Tortoni, lo que hoy es una atracción turística más, fue en su tiempo un punto de encuentro de escritores, artistas, cantantes, e intelectuales.

Es el café más antiguo de la ciudad, fundado en 1858, con un estilo afrancesado de la Belle Époque. Y no es casualidad, su primer propietario fue un inmigrante francés de apellido Touan, quien lo bautizó en honor a otro célebre Café Tortoni de París. Su imponente fachada, que da a la Avenida de Mayo, fue obra del arquitecto Alejandro Christophersen en 1898. 


Café Tortoni,  albúm de fototipias Peuser. Buenos Aires, 1921.  


Por sus puertas y entre sus paredes y mesas de mármol, pasarían a lo largo de los años nombres destacados de la literatura como Jorge Luis Borges, Luigi Pirandello, Federico García Lorca y Julio Cortázar, también músicos como Arthur Rubinstein y el mítico Carlos Gardel.

Ya está anocheciendo, y el ruido de la ciudad se intensifica, la fila para entrar no avanza, y una montonera de gente espera presurosa con sus teléfonos para descubrir su interior. Las voces de la fila de repente parecen coordinarse de forma extraña. Y el sonido de estática vuelve, envolviendo la brisa fría que entra por la Avenida de Mayo. Una de las ventanas del café parece parpadear, me acerco entre el reclamo de la gente, que piensa que me quiero colar. Pero yo no quiero entrar, quiero, como una simple espectadora del pasado, mirar por última vez los ojos de Teresa.

Apoyo mi frente en el vidrio, las cortinas se abren y el sonido eléctrico se intensifica. Siento una corriente entrar por mi cabeza y recorrerme hasta los pies. En la ventana, se configura de forma mágica el pasado. Afuera todavía se sienten el ruido de los autos, y las bocinas de las micros y los remís. Pero adentro, puedo ver el esplendor, como intrusa de una noche en el café Tortoni de 1917.

En el fondo, veo los rostros de Huidobro, Bianchi y Roberto Giusti. En el medio, está Teresa, quien levanta la mirada observando la ventana, abre los ojos de un salto. Puedo jurar, que también me vio, puedo jurar, que ella también cruzó el umbral del tiempo y vio la ventana de la calle del 26 de mayo de 2024.

Su mirada pareció atenuarse, recogiéndose entre sus cejas de forma cálida. Como sabiendo que yo era la que estaba detrás de sus pasos, y antes de que la estática del aire se esfumara, ambas asentimos con la cabeza, despidiéndonos. 

Despegué mi frente del cristal, miré para todos lados y el café ya había cerrado. Revisé mi celular, la hora marca las 22:00 de la noche. Me veo sola, y con frío, caminando hacia la estación de metro más cercana. La noche parece recién estar comenzando en Buenos Aires. Y de camino a casa, solo pienso en la aventura de este día.

Teresa todavía no sabe de su destino, no sabe que ese mismo año 1917, un poeta argentino llamado Horacio Ramos Mejía, de veinte años, se enamora perdidamente de ella, quien tiene veinticuatro y se rehúsa al compromiso. Lo quiere, pero solo como un amante, y ante el rechazo de las propuestas de matrimonio. Horacio, a quien Teresa apoda “Anuarí”, se corta las venas en su casa, en calle Ayacucho 1022. Teresa lo ve morir en sus brazos, desangrado. Y escribe: “De la vida a tu tumba, de tu tumba a la vida, ese es mi destino”. Serían las últimas palabras de Wilms Montt en la capital argentina. La madrugada del 13 de diciembre de 1917, huye del luto y toma un barco a Nueva York, para después asentarse en Madrid y París, hasta su muerte, en la víspera de la Navidad de 1921.

Memoria chilena.
Revista Larus
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