Los engranajes oxidados de la
élite chilena:
20 años de Madre que estás
en los cielos, la novela que consagró a Pablo Simonetti
Por Axel Indey - 2024
Franz Kafka decía que las historias que leemos deben afectarnos como un desastre, dolernos como la muerte de alguien a quien quisimos más que a nosotros mismos. Si un libro no logra romper el mar helado dentro de nosotros, ¿para qué leerlo?
Es fácil para un autor embriagarse con esta idea y azotar al protagonista de su obra con una sucesión interminable de desgracias. Y si este protagonista es, además, una mujer de 77 años con cáncer terminal y un montón de remordimientos por la manera en que se desarrolló su vida familiar, el riesgo de convertirse en una teleserie de las ocho es difícil de evadir.
Pero si la literatura de Pablo Simonetti resalta por algo es precisamente por su equilibrio narrativo y emocional. Nada en sus novelas surge del arrebato, en ese sentido es la antítesis de Pedro Lemebel. Sus historias están construidas con la mano calma de un técnico. Por eso no es de extrañar que sus protagonistas masculinos sean siempre arquitectos.
La trama de Madre que estás en los cielos es sencilla y clásica: Julia Bertolini, una septuagenaria que padece de cáncer terminal, decide escribir sus memorias para encontrar el punto en que su vida familiar se torció.
Francisco Casas una vez se refirió a Simonetti como un producto del mercado que venía a llenar un espacio que hasta entonces estaba vacío: la literatura gay de clase alta.
Y en parte tiene razón: sus novelas (y en especial Madre que estás en los cielos) son una ventana al mundo cerrado de la élite chilena. Pero la mirada de Simonetti está lejos de ser complaciente. Es su misma condición de clase alta la que le permite desnudar los oxidados engranajes morales de su clase social. El orgullo desmedido por el propio árbol genealógico, los matrimonios apagados hace tiempo que se mantienen por pura apariencia y una masculinidad que se muestra robusta y avasalladora para ocultar su fragilidad son algunos de los elementos que dan forma a la radiografía de una casta que, al igual que el cuerpo de la protagonista, termina siendo víctima de sus propias células corrompidas.
Los personajes de la novela son complejos y dolorosamente reales. Una mujer que es a la vez víctima y privilegiada de una sociedad conservadora que te acepta en sus grandes salones con la misma sonrisa cínica con la que después te echa a la calle. Padres y esposos a los que la máscara de dureza y racionalidad termina por costarles la familia e incluso la cordura. Hijos rebeldes que necesitan abrazos al mismo tiempo que piden a gritos cachetadas.
Madre que estás en los cielos es desgarradora, no tanto por la enfermedad que aqueja a la protagonista y que, contrariamente a lo que uno podría esperar, ocupa pocas páginas de la novela. Es desgarradora porque toca preocupaciones universales que surgen frente a la cercanía de la muerte: la preocupación por no haber vivido todo lo que pudo ser vivido y los sueños truncados por temor al juicio social.
Al final, la clase se revela como una jaula de la que solo se puede escapar rompiendo los barrotes. En el caso de la novela, los barrotes se rompen de manera individual y espiritual, pero no por eso el resultado deja de ser violento. Es la violencia de dejar atrás la seguridad que ofrece la tradición y el mito familiar. La violencia de romper con una jerarquía centenaria y renunciar a la posición de poder para abrazar la afectividad.
Madre que estás en los cielos no tiene afán de romper ningún molde. Simonetti no es el tipo de creador que deja que su vida sea consumida por la pasión y el arrebato. Su estilo se acerca más al de un jardinero que, con paciencia y esmero, construye un agradable paisaje en el que da gusto pasar las tardes.
Madre que estás en los cielos es una historia simple y cotidiana, y precisamente por eso pega tan fuerte. Porque toca dolores inevitables y naturales que todos sentimos o habremos de sentir algún día. Y cuando llegue el momento, ojalá contar con la fuerza emocional de Julia Bertolini. O la empatía de Pablo Simonetti.