Ayana, una linda flor 


Por Joanna Araya 

Ayana era una hermosa joven que creció sin un padre, porque en la juventud, su madre, tuvo un amor al que se entregó sin dudarlo, pero al quedar embarazada de la pequeña Ayana, él decidió irse lejos. Esto le creó su primera gran pena, que con el tiempo pasó a ser rabia, cuando vio que las otras niñas sí tenían un papá. Este sentimiento fue aumentando cuando su madre, una joven morena de curvas marcadas, encontró una nueva pareja y formó con este hombre, llamado Juan, una familia. 

Juan era un buen hombre, pero con su trabajo no alcanzaba para mantener a la familia, que ya había aumentado con dos pequeños más. Ayana aprendió a llevar la casa y cuidar a sus hermanos, porque su mamá debía trabajar para ayudar a su padrastro. Esto fue germinando en ella un sentimiento de rabia y frustración, y al llegar a la pubertad, decidió irse a estudiar lejos, y aunque debía estar internada para terminar sus estudios, en ese momento era lo mejor que le podía pasar, por fin se sentía similar a las jóvenes de su edad. 

Durante la semana estaba en el internado y los fines de semana volvía a su casa. Con el paso del tiempo notó que en su hogar ya no había tanta carencia, había verduras, alimentos, había postre después de almuerzo y su mamá ya no trabajaba. Las cosas habían cambiado ahora que no vivía ahí, sus hermanos iban bien vestidos y abrigados al colegio, la casa ya no era la misma. 

Asumió que toda esa bonanza fue debido a su ausencia, incluso pensó que nunca fueron pobres y que guardaron todas esas “riquezas” esperando que ella se fuera. No preguntó nada, tampoco nadie se lo dijo; ella nunca se enteró que, por fin, su padrastro había conseguido un buen trabajo y que la vida era mejor ahora. Pensando erradamente, sintió que ese fue un nuevo golpe en su corazón, si su papá no la quería ¿por qué la querría un hombre que no era nada de ella? 

Como cada fin de semana regresó a su casa, lo que a su parecer era una tortura, ya que debía ver cómo su familia era tan feliz sin ella. No importaba que ahora tenía una habitación nueva, pensaba que la querían aislar de la familia. Esa cama nueva no era tan linda como la de sus hermanos y la ropa elegante era para que su familia no pasara vergüenza con ella mal vestida. Ayana ya no era la flor bonita de siempre, sentía que se marchitaba.

En el internado miraba a sus compañeras con rabia, a pesar de que ella tenía todo lo que necesitaba para estudiar, incluso un poco más. Ellas tenían un padre que se preocupaba y que cuando volvían a su casa, seguro las esperaban para jugar. Su corazón estaba totalmente amargado, ella tenía un padrastro que se preocupaba por su bienestar, no era un hombre cariñoso, pero en el fondo la quería como a una hija. 

Ayana no soportaba esa situación, sentía que estaba sola contra el mundo, culpaba a su madre, sus hermanos, su padrastro. Ya no había marcha atrás, ¿Qué hacer? Se preguntaba constantemente. Terminó la escuela y no quiso seguir una carrera universitaria ¿Su excusa? Mucho dinero y no quería dar gastos a su familia. Fue entonces que trabajó de temporera en el campo y, a pesar de su corazón amargado, seguía siendo una linda flor de piel morena y lindas curvas, que por donde pasaba, los jóvenes se volteaban a mirarla. Eso le dio un alivio, ella podía conquistar al hombre que ella quisiera y estaba segura de que elegiría al adecuado, no  repetiría los errores de su madre, no viviría en la pobreza ni se fijaría en un hombre que la abandonara. Ella lo haría bien. 

Convencida de que forjaría un futuro exitoso, no aceptaba invitaciones de hombres que no cumplieran sus expectativas. Los jóvenes hacían prácticamente fila para invitarla a salir, pero ella no estaba dispuesta a tener una mala reputación, y cuidaba de no juntarse o hacer cosas que la perjudicaran socialmente. 

Al llegar a su casa, sentía que no pertenecía a ese lugar. A esta altura, ella sentía un poco de desprecio por esa familia que nunca la supo valorar y que sentía fingían amor por ella. Seguramente le recomendaban estudiar una carrera para deshacerse de ella. 

Entonces decidió que era tiempo de formar una familia propia: como ella tenía muchos pretendientes, escogió al mejor, al que todas querían. 

Carlos era un joven trabajador, sin vicios y aunque tenía amoríos con alguna que otra vecina, él tenía sus ojos puestos en la hermosa Ayana, por lo que cuando ella aceptó salir con él, se puso muy feliz y se dispuso a hacer de todo para conquistarla, dejando de lado a su novia, sólo para estar con ella. 

Como es de esperar, una cita resultó en un encuentro romántico y pasado un tiempo prudente, ella esperaba que él le pidiera matrimonio, pero Carlos no tomaba la iniciativa, fue entonces cuando a Ayana se le ocurrió una mejor idea: quedar embarazada. Ella se había convertido en una mujer manipuladora que conseguía lo que quería, daba lo mismo quién se pusiera en su camino, ella siempre conseguía lo que quería. 

Y tuvo una niñita, Carlos se hizo responsable y se fueron a vivir juntos los tres. Y aunque Carlos daba lo que más  podía, nunca era suficiente. Ayana nunca estaba feliz con nada y Carlos buscó cariño en otros brazos. Decía que Ayana no era lo que él esperaba, ya no era tan linda, el bebé la había transformado. 

Un día decidió dejar la casa, le aseguró que no les faltaría nada ni a ella ni a su hija. En ese momento Ayana se dio cuenta que la historia se repetía, se acordó que en algún momento se prometió que no iba a pasar por lo mismo y decidió que debía hacer algo. 
Carlos debía volver a ella y estaba dispuesta a todo. Como él la había engañado, ella también lo hizo y al tiempo después quedó embarazada. Nunca confesó su infidelidad, por lo que Carlos asumió que él era el padre y regresó con Ayana. Afortunadamente, al nacer la nueva integrante de la familia, era idéntica a su madre. Todo funcionaba nuevamente, como ella lo había planeado, eran una familia feliz. 

Pero en el fondo de su corazón, ella sentía rechazo hacia su nueva hija, era demasiado demandante, no tenía tiempo para nada, se miraba en el espejo y no era la linda flor, tenía el constante miedo que Carlos la dejara por otra más joven. Entonces le pidió a su mamá que la ayudara en la casa y con las niñas, con el poco tiempo que tenía, solo podía ir a comprar cerca de su casa, pero ella se arreglaba para que la vieran hermosa y joven, con eso era feliz, todavía tenía el don de hacer que los hombres voltearan a verla. 

Se repetía constantemente que no cometería los mismos errores de su mamá, quien al poco tiempo se enfermó y falleció. Ayana se sintió más sola que nunca, entendiendo que sólo le quedaba Carlos. 

Él sabía cómo era su mujer, no obstante, seguía con ella, tenía dos hijas preciosas y vivía con miedo constante de no poder verlas si alguna vez dejaba a Ayana. 

Ayana estaba segura que él ya no la quería y que estaban juntos sólo porque quedó embarazada por segunda vez. Pero con el paso del tiempo, las niñas crecieron y Ayana se dio cuenta que sus hijas eran hermosas y aunque ya era una mujer madura, todavía era una flor hermosa. 

Su matrimonio era sólo de papel, sentía que Carlos ya no la amaba como antes y decidió buscar amor por fuera, se entregó a sus pasiones, teniendo encuentros con hombres mucho más jóvenes; eso la rejuveneció y fue como una droga para ella, en esos encuentros sentía que Carlos nunca la había tratado como ella merecía, se sentía joven nuevamente. 

Carlos, por su parte, hacía exactamente lo mismo, buscaba amor en otros brazos, bajo el poder de un poco de alcohol se encontraba lo bastante valiente como para endulzar los oídos de cualquier mujer; aunque siempre precavido, nunca descubrieron su infidelidad. Él decía que lo hacía por necesidad, que toda persona necesitaba afecto y sentir un poco de amor. 

Buscaba mil excusas para enredarse con cualquiera, se consideraba buen esposo porque era un proveedor, pero en realidad, nunca fue un buen compañero; cada vez que podía hablaba mal de su mujer y en ese modo de víctima atraía a mujeres con espíritu de compositoras, esas que buscan un hombre-proyecto, que le quieren solucionar la vida, pero ahí no había nada que solucionar, Carlos era un verdadero traidor con cara de santo. 

A pesar de que ese matrimonio era una farsa, las niñas crecieron con una madre cariñosa y un padre dedicado, y eso hacía muy feliz a Ayana. Logró formar una familia, con hijas hermosas y un hombre que nunca la abandonó. 

Como era de esperar, sus hijas tenían varios pretendientes, al igual que Ayana en su juventud y como  cualquier buena madre, ayudaba a sus hijas a encontrar al mejor hombre: alguien que las cuide, las respete y las quiera como toda mujer merece. 

Pero no olvidemos que Ayana no es cualquier mujer, es una sobreviviente y una luchadora: esto en su mente, porque en realidad es una abusiva, amargada y envidiosa, que ahora ve como rivales a sus propias hijas y no tuvo escrúpulos en robarle el novio a la menor, a esa que engendró para recuperar a Carlos, pero ella nunca deseó tenerla y sólo le arruinó la juventud. 

Un día miércoles salió rápidamente de su casa a encontrarse con su última conquista y su hija, que ya algo sospechaba, la siguió. Pero esta vez no era cualquier amigo, era su novio quien abrazaba y besaba a su madre, la pobre joven corrió llorando donde su padre para contarle lo que había visto. 

Incrédulo, el hombre fue a su encuentro y tal como dijo su hija, la encontró con el novio. En ese momento Carlos se sintió morir, porque, aunque hace tiempo ya no la quería, Ayana era ese hermoso trofeo por el que fue capaz de abandonar a su novia de siempre. 

Los errores y las traiciones tarde o temprano se pagan y, mientras más tarde, más dolorosa es la sentencia. Carlos no era una víctima, pero se sintió como tal y no tardó en contarle a quien quisiera escucharlo lo mala mujer que era Ayana. Pero en un pueblo chico, ya nadie quería escuchar a un viejo que se había sumido en el alcohol llorando por una mujer que nunca quiso respetar de verdad. 

Ayana al ser descubierta y no teniendo cómo defenderse, se tuvo que marchar de la casa que tanto quiso tener. De alguna forma, no repitió la vida de su madre, pero buscando ese fin, arruinó la de ella misma, la de sus hijas y la de su esposo. 

La pobre mujer viéndose sola, en la calle y sin tener un lugar donde esconderse por la vergüenza y el arrepentimiento, no tuvo más opción que volver a la casa donde creció, la que desde la muerte de su madre no visitaba. 

A pesar de todo el tiempo y los errores, el padrastro la recibió con el amor que puede tener un padre hacia una hija pródiga, recién en ese momento Ayana pudo darse cuenta de que su vida fue un error tras otro. 

Desde ese día, ella vive con ese hombre que no es su padre, pero la quiere como tal, al que ella aprendió a querer y a cuidar en su vejez. Sus hijas todavía no la perdonan, pero recuerda Ayana: no hay mal que dure mil años. Esta historia les puede sonar conocida, porque es un poco verdad y un poco mentira, como la vida de Ayana o de cualquier sobreviviente de esta sociedad.
Revista Larus
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