Los miedos propios del hombre o el pulso del camino 



Por Ricardo Olave Montecinos - 2024 


Imagen: Tortuga Samurái Editorial



Y, cuando lo creas necesario,

busca en tus recuerdos

(si no la encuentras, no importa)

la tarde fría gris nublada tan santiaguina

en que en el diccionario de Ambrose Bierce

leímos juntos la definición de Fantasma

Extracto del poema “Fantasmas”




Soy de los que cree que uno nunca termina de leer un libro de poemas. Lo común es que uno puede pasar por las páginas, detenerse verso a verso, estrofa tras estrofa, invento tras invento, saltarse el prólogo si es demasiado largo, incluso mucho más que los mismos poemas -días antes de sentarme a escribir esto una poeta de Barcelona me decía que le gustó la poesía por su nula capacidad de concentración al leer textos grandes-, y llegar hasta la página final y agregarlo en la lista de completados. Pero los versos se quedan, deambulan en uno.

Creo haber vuelto más de una vez a un mismo poema de García Lorca, quizás esperando sentir lo mismo que la primera vez que lo leí. A veces leemos obras que nos cuesta tiempo procesar, ya sea por su código lingüístico que requiere de nuestro esfuerzo para entender lo que el hablante lírico intenta comunicarnos, o simplemente porque esa palabra aún no la hemos buscado en el diccionario. Otras ocasiones leemos a poetas que nos muestran girones del día, que parecieran no tener belleza, pero algunos son testarudos y siguen intentando ver cosas poéticas donde otros no. Eso es quizás lo que nos hace seguir esta senda en la que uno siempre gana más de lo que pierde, dejando de lado lo material y acercándonos al substratum que algunos hablan.

“Fantasmas”, de Editorial Tortuga Samurái, forma parte de la primera obra publicada por Romero Mora-Caimanque, un poeta de Temuco que nació en San Miguel. Fue un libro digital perdido en el inframundo del internet, que reaparece en su formato físico como un desorden de recuerdos, palabras no dichas, pensamientos que dan forma a la vida en familia, a los tiempos que se fueron, a información inútil que aparece en la memoria y uno recopila, pensando sobre momentos al lado de la mesa, con la estufa y las cáscaras de mandarina quemándose, y se transforman en verso.

Fantasmas como poema central, más allá de ser las caricias de un tío que comparte con su sobrina, es una advertencia, una guía, una voz dedicada que intenta hablar con una muchacha en el living de la casa. Afuera hay algo llamado vida que transcurre como las arrugas que se asoman entre los familiares que uno acostumbra a visitar.
Al principio, el uso de diminutivos como "tb" o el encuentro con los géneros a través de los “as/os” u "x" me resultaban fórmulas extrañas, hasta que asimilé que así nos hemos acostumbrado a escribir en esta nueva forma de interacción -las lecturas de Carrasco que menciona el prólogo-, donde todo transcurre tras una pantalla y entre menos tiempo nos demoremos en contestar, mejor. Romero toma esos elementos y escribe, nos habla a nosotros. Es el encuentro con el lenguaje y sus formas. No digo que esos códigos sean jeroglíficos, pero son parte de nuestras formas.

Si algo destaco de Romero y el poco tiempo que lo conozco es que tiene el pulso de la cotidianidad, en lugares donde los versos tienden a no ser atrapados.



Pasan desapercibidos, quienes los miran van con el tiempo justo para llegar al trabajo. Él habita esos barrios, comparte con esa gente, su gente. Por ratos pareciera que no hay conexión entre los poemas, que son el recuento de notas perdidas en un teléfono pronto a apagarse. Pero el poeta sabe que no es así, que son esos pasos bruscos buscando encontrar un sentido a su existencia, confrontando todo tipo de fantasmas que uno posee, y todo lo que contempla el encuentro con esos espectros.

El ver crecer a la gente y a ti mismo, el entender el amor que parece no tener una respuesta exacta, el viaje como método escritural para finalmente anotar lo que pasa por tu cabeza. Ahí, sientes que suena a algo, que puede modularse en una palabra, los dolores corporales, que a veces se reparten en diferentes partes del cuerpo. Algunos no tienen nombre, otros ya son viejos amigos, que acompañan la inquietud de terminar las tareas de la semana.

Fantasmas no es una palabra casual. No es una figura espectral como acostumbramos. Son los miedos propios del hombre, hasta los más perversos.


Se mezcla con piezas que a ratos suenan como un susurro incómodo en el oído que te está coqueteando, una palabra en la disco que no entiendes y que te esfuerzas por escuchar. Sigues leyendo de corrido, línea por línea. O así pasa con los poemas largos, testimonios, vestigios de tiempos que el poeta no quiere olvidar, por más que parezca un retrato de una época superada.

A veces, mientras escribo esto y leo algunos fragmentos, me arriesgaría a decir que hay algo de esquizofrenia en sus poemas más humanos, sin que eso suene un insulto. Más bien, es un pulso magnético, nutrido, y que busca salir sin dar explicaciones. Es el caso de “Dermatitis y Soriasis (Fantasmas 2)”, poema de largo aliento, explícito y aturdidor, o escritura en modo automático que se pule luego de marcar el punto final.

“Perros” es para mí el poema mejor logrado. Tiene algo que me gusta, tanto así que anoto algunos versos en mi libreta mientras viajo en tren por las vías de Irlanda. (El escalofrío y el misterio baja por la espalda/ mientras escuchamos la negra noche,/ bebemos vino, vemos el humo, sentimos el fresco viento,/ y la vida ir y venir…/). Menciona en el poema a Sevilla y Blanes, dos lugares que he tenido la fortuna de visitar y que, a diferencia de Romero, aún no me atrevo a escribir de ellos, ni siquiera sus nombres para comenzar un atisbo de crónica.

Fantasmas es y será un compilado hecho a pulso del camino. Tiene textos interesantes como “El Abismo”, “Cinco anotaciones a la obra de Pablo Ayenao Lagos” o “Canción Sur”.



Tras haber leído las dos partes de “Motivos…” noto que hay rasgos que se repiten en la escritura de Romero, dan pistas. También se nota el trabajo de cirujano para que tome forma física, tras años perdidos como documentos de word en algún correo institucional.

Siempre el primer libro genera dudas, me imagino que hay muchos por acá que les gustaría renegar de lo que escribieron en el pasado. Pero volver ahí es donde se configura, lo quieran o no, los primeros mangazos que uno da en esta pelea sin retorno que es la poesía o la literatura en general. Al final, no importa mucho de dónde venimos, son nuestras palabras las que nos defienden. Y “Fantasmas” reaparece para dar cuenta de esa lucha que un poeta da desde su pieza, cuando apenas está despertando, en la búsqueda por contener un mundo que se va. 


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