Faramalla de Teodora Inostroza

Un pedacito de glitter pegado en la piel 



Por Juana Balcázar - 2024






Un bar en Santiago, se acerca la mesera y nos pregunta el nombre de la mesa: “Mesa maricona”, le digo. Una risa nos recorre y nos miramos todas, como cómplices. Después del bar, caminar hasta las cinco de la mañana, sentarse en una plaza a tomar algo y hablar, hablar y gritar. Cuando ya los pies nos pesan, y no resulta el endulzarle el oído a un chiquillo para conseguir más cerveza o algo más, damos por terminada la noche y caminamos junto a la Teodora un poco riendo, un poco llorando. Y entre las luces que nos siguen en la calentura de la noche capitalina, la colorina del puerto me dice: “Cuando hagan un documental de nuestra vida voy a contar esto”. Solté una risa, pensé en mi interior, ¿Alguien retratará nuestras vidas algún día? Nos despedimos con un beso en la boca, y un “cuídate” recorrió la calle.

Me gusta imaginar esta novela como hilos untados en glitter, cada uno de los capítulos brilla y todos juntos se ordenan perfectamente, en una línea narrativa que sigue a Teo en sus vivencias en torno al trabajo sexual. Eso es lo primero que podemos concluir al leer este libro, que comienza con “Pieza Roja” y la línea: “Las putas estamos ardiendo. Caminamos por encima del mundo con esa fuerza única de puta debajo del sol de verano, sacudiendo la grasa del cuerpo sin pudor”. De aquí en adelante, las pulsiones de los diferentes personajes son recorridos por inquietudes sexuales, experiencias amorosas y las maestras, el aprendizaje oral para comenzar a ser puta.

Pero, hay otro hilo de glitter que remueve la narrativa de Faramalla, y donde me parece importante insistir en esta reseña. Hay un diálogo en el penúltimo capítulo llamado “La primera vez”, donde Tormenta dice:

“Asume que en realidad eres un maricón que nació operado. Veníai con pico y se te cortó con el cordón umbilical”.



Esto me recordó al grupo de amigas que tenía en el colegio, lo “femenino” siempre es un espacio cómodo donde las mariconas fuertes nos hemos sentido protegidas, y las amigas de la infancia muchas veces representan una primera red para sobrevivir en este mundo.

Es por eso, que creo, una de las imágenes más potentes que tiene este libro, está en el capítulo “No puede ser la una sin la otra”. Y cito:

“Compañía bajó su mano hasta donde yo estaba estirada y apretó la mía bien fuerte, la sacudió y me dijo: mira, cara de genital, cuando seamos viejitas nos vamos a reír de esto”.


Esta simple acción, guarda gran parte de Faramalla. Tratar de sobrevivir en un mundo que desde pequeñas nos empuja constantemente al borde, y donde la amistad y la camaradería significan un eje primordial de nuestra existencia. Compañía Mariel es un personaje dentro de la vida de la protagonista, que la empuja incluso a formar su propio carácter, y su relación denota el cariño de cuidarse mutuamente, en los escenarios que viven desde su temprana edad en el colegio.

La escritura de Teodora no solo sumerge al lector, sino que también lo empuja, lo arrastra y nos deja en una esquina de la escena mirando atentos, cómo una niña pequeña le entierra las uñas al niño que se burla de Compañía Mariel. Cómo los adultos no entienden, cómo vociferan la imposibilidad de que un niñito sea afeminado, sea mariconcito, les salga colita. Y en un mundo así, el colegio es el primer campo de batalla, también la casa. Son espacios donde se tiene que hablar bajito para que no se den cuenta de las inquietudes primerizas que la protagonista y su amigo guardan.

Creo que Faramalla no es solo una novela, es un juramento que se hace la autora consigo misma, con seguir su instinto y su esencia pese a lo que los demás establezcan. Es un manifiesto de rebeldía pactado desde esa escena, en la que se aprietan la mano Compañía Mariel y Teo. Defenderse mutuamente es un pacto que se hace desde la niñez y que permanece, con la idea de que viviremos y que el otro será testigo de cómo la valentía, es lo único que no se nos quita, incluso si algún día nos matan.

Este libro, me respondió la misma pregunta que me hice, al escuchar lo que dijo Teodora en esa calle de Santiago. La palabra o cualquier otro recurso de la expresión humana pueden reconstruir la historia de los que ya no están. Una vida y muchas más se pueden retratar en la escritura, hurgar en lo más profundo de la cabeza y tener la patudez de compartirlo (la patudez es primordial), es en ese acto que al principio parece personal, donde se puede encontrar un mundo de dolores y permanencias, ganas de existir con los demás.

Y en esta historia latente en Faramalla, pude ver a un montón de amigas que me defendieron en la escuela, que me recibieron cuando alguien de mi familia me pegó, que me prestaron su techo para mirarnos juntas y extender nuestras manos en esa complicidad, donde se dice “nos reiremos de esto algún día”. Porque de tanto llorar la rabia se apodera de nuestros cuerpos, y luego queremos prenderle fuego a todo, caminar por la calle y reírnos hasta las cinco de la mañana, despedirnos con un beso y asegurarnos que todo estará bien. Es un pedazo de glitter dorado pegado en la piel, que seguirá brillando y prendiendo todo, incluso si no estamos más.
Revista Larus
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