La
tiranía de las moscas, de Elaine Vilar: Profanaremos la tumba del Boom
Por Axel Indey - 2024
Voy a partir este texto con una confesión imperdonable: hasta hace unas semanas, el nombre de Elaine Vilar estaba completamente fuera de mi radar. No me sonaba de nada. Parte de esto se debe a la tarea imposible que implica encontrar sus obras en librerías chilenas, razón por la que terminé leyendo La tiranía de las moscas en un PDF que llegó a mi celular a mediados de septiembre. En ese contexto de fiestas patrias y cuecas sonando a todo volumen en las calles del país, la sola idea de abrir el documento me causaba un aburrimiento brutal. Pero bastaron apenas un par de párrafos escritos con teledirigida precisión para que de pronto las imágenes comenzaran a brotar y a correr a una velocidad frenética detrás de mis ojos, las páginas fueron pasando, una tras otra, y antes de darme cuenta el libro había acabado y yo miraba el techo con expresión idiota saboreando la exquisita imaginería desplegada en los últimos actos de la novela.
Porque es allí donde reside la fuerza de La tiranía de las moscas. No tanto en el trasfondo político, que va muy en la línea de ese subgénero tan típicamente latinoamericano que es la novela del dictador, y cuya conclusión en este caso es presentada de forma tan explícita que no tiene sentido hablar de subtexto. La autora se encarga de reiterar una y otra vez a lo largo de las páginas las analogías de familia-nación y país-casa, por si a algún lector despistado no le ha quedado claro de qué va la novela.
En ese sentido, a Vilar le cae como
anillo al dedo la magistral frase de Matthew Holness: “¡Conozco escritores que
usan subtexto y son todos unos cobardes!”. El mensaje es claro. La familia es
el lugar donde se replican (¿o nacen?) las lógicas totalitarias del sistema
adultista, patriarcal, fascistaneoliberal o lo que sea. Lo personal es político
y democracia en el país y en la casa.
A riesgo de ir a contracorriente de lo que han señalado otros críticos respecto a La tiranía de las moscas, mi impresión es que a Vilar no le importa tanto el diagnóstico como los síntomas, esos sentimientos que surgen como reacción inmediata frente a la violencia arbitraria: la rabia, el odio. Los personajes se detestan entre ellos. Las madres odian a los hijos, los hijos desprecian a las madres, el padre desconfía de la familia entera y el dictador aplasta a todos por igual. En la tiranía de las moscas -y aquí no hablo ya del título de la novela, sino de la irracionalidad que domina nuestro mundo- las cosas son como son y no tiene sentido cuestionarlas. No podemos controlar lo que es, nos dicen los gurús del renovado estoicismo autoayudista, sino cómo reaccionamos frente a lo que es. Pues bien, responde Vilar, uno también puede reaccionar escupiéndole al mundo en la cara.
En ese sentido, Vilar podría ser catalogada
como una escritora ideológicamente post-Boom. Derrotado el optimismo
revolucionario de autores como García Márquez y el primer Vargas Llosa, Vilar
lidia con lo que quedó: con las ruinas de proyectos rotos, con un sistema
inamovible contra el cual solo se puede descargar la rabia y patalear, pero sin
esperanza alguna de lograr un cambio.
Antes que política, La tiranía de las moscas es una novela sensorial. Sus imágenes se pueden oler, se pegan en la piel como el calor de la nación donde transcurre la historia, como las mismas moscas que hostigan a la familia protagonista. La pluma feroz de Vilar crea estas imágenes con facilidad, casi sin esfuerzo, a través de oraciones que parecen brotar de un flujo de conciencia automático, pero que, de alguna forma, terminan ofreciendo un conjunto ordenado al milímetro, con cada palabra pulida y bien formada en el lugar que le corresponde.
A pesar de la obsesión por el estilo, las imágenes más poderosas de La tiranía de las moscas surgen cuando Vilar decide abrazar de lleno el pulp: la segunda mitad de la novela es un desfile horroroso y exquisito por los recursos más estereotípicos del terror y la ciencia ficción. Por sus páginas transitan casas malignas, niños con poderes divinos, suicidios inducidos, altares hechos de cadáveres e insectos invadiéndolo todo, como recordatorio de la corrupción moral que se oculta en el sótano, bajo la agrietada máscara familiar y nacional.
La
tiranía de las moscas es un experimento brillante de
saqueo al género, un llévate lo que necesites y usa todo lo que te sirva. Como
si los personajes de Cien años de soledadprotagonizaran un capítulo de La
dimensión desconocida.
Por esto mismo, no es de extrañar que el siguiente libro de Elaine Vilar, El cielo de la jungla, venga recomendado por la propia Mariana Enríquez, otra escritora latinoamericana que ha instalado su país-casa en la intersección del pulp con lo autoral. En Chile, la editorial La Pollera ha publicado Salomé, la breve novela de ciencia ficción de Elaine Vilar que ya descansa sobre mi velador.