Los recolectores



Por Vicente Meneses 2023


                                                                                                              para la bogotana 



Los muros imperfectos, la necesidad de botarlos. Entremedio varias pieles reutilizadas, ellos ocupan las mismas, porque son los mismos, se reconocen, porque tienen las máscaras, el fuego, las botellitas y comparten la marcha mendiga y juguetona y sus nombres, si seguimos la fila, sí son nombres, comienzan con q e s h c t.

Parecen muchas cosas al andar por los nudos del puerto, tal vez demasiadas: el meridiano entre felinos y ángeles, hedor a palomas sobre adoquines, sangre por las venas. Pero les gusta entonar canciones y eso hacen mientras se cuelgan de rejas o autos o barandas, como queriendo desenrollar las calles de su abandono, que suspiren un poco.

Ven centelleos tras las casas, un ruido sordo, son disparos al cielo ¡Caigo yo! ¡Caigo yo! A estas horas se dispara mucho, se desfallece mucho, generalmente sobre pequeños claros en las veredas. Caer disipa las cucarachas, turba las pozas, jalar el gatillo también, es la hostilidad, la ternura de su cuna de cemento.

Y, con motivo de no ser sorprendidos, van siempre bien amarrados a sus palos, algunos con leves antorchas, ante todo: deslizándose, susurrados, pasándose al gato de atrás hacia atrás, de atrás al medio, del medio al medio.

¡Qué bonito es! ¡Bonito! Lo encontraron hace trece estrellas, como se encuentran zapatos o mesas. Pararon alrededor suyo, había demasiada noche, demasiada espalda para verlo bien al lado del poste, pero se notaba gris y muy liso y los de atrás, que querían llevárselo, resolvieron que lo transportarían ellos, solo ellos, para no estar mucho tiempo detenidos ¿Cómo no se lo llevarían? Si era tan bonito, y resultó tan liviano, como tener agarrada una burbuja de las patas, como el respirar en medio de un beso.

Bello el gato, deben estar pensando en eso, lo mismo, como entonan las mismas canciones. Comparten, además de todo, esas cosas; las visiones, los amores, los signos, eso que cambia después de caminar varias estrellas, o constelaciones, el tiempo que pasa de pare en pare.




Todos deben estar sedientos, con dolor de pies, porque ya llegaron a la orilla, a la caleta y al fondo el faro enorme, casi otro cielo y casi nada más allá del frente: una fogata parapetada por una de las tantas balsas que pululan los astillados pies de la caleta. Los otros sienten como bajan las rocas, el sonido áspero, las quejas y se preparan formando una medialuna que tapa su hogar de sillas, fogata y carpas.

Ellos, en cambio, se posan sobre los últimos escombros, con una minúscula altura que evita que se mojen las suelas con el mar, esa interminable sabana de agua. Los otros comienzan las vueltas, de manera minúscula, el ir de un lado para otro, ellos los siguen, con el levantar de palos, con los golpes en el pecho, entonces las canciones se convierten en ladridos y los otros también ladran.

Se acercan en líneas de torsos, los otros un poco separados, dejan entrever el fuego que protegen, el gato muerto que guardan, pero no se cruza de las rocas al mar, del mar a las rocas. Ellos ladran cada vez más fuerte, saltan cada vez más fuerte, como a punto de abalanzarse, hacen también saltar inertemente los escombros y leves lágrimas, porque no todos tienen botas.

Los otros se espantan, sus gritos son coartados, tampoco sienten los golpes en el pecho, solo la ola de torsos cada vez más cerca, furiosa, las salpicaduras de escombros. Cuando pisan el mar los otros arrancan, todos respiran al mismo tiempo, con el mismo ardor mezclado, cuando de repente una roca llega volando y directo a la cabeza y cree haber dado en un parpadeo todos los parpadeos de todos los tiempos, en solo un parpadeo la caleta, algo caluroso en su cráneo que no es el mar, las estrellas brillando, tantas estrellas y el faro, el faro también se abalanza a su retina.

Despierta con los huesos inflados, húmedos, por eso no se duerme en el suelo. Se levanta y no sabe si es cansancio o sed lo que hace que le duelan tanto los ojos al ver las carpas más o menos desechas, la fogata, la caleta y el faro como el destino impalpable, rígido. No mucho más que sus compañeros acercándose con el gato agarrado de las patas, que el sol abierto como una herida supurante, el eco de una canción, las olas, piensa, esta brisa de verano metiéndose entre los rasmillones de la piel.










Vicente Meneses Bucarey

Nació el 2006 en Viña del Mar, vive en Valparaíso y va en tercero medio. El 2021 participó virtualmente del taller “Estrategias Narrativas” impartido por Felipe González Alfonso y Pablo Torche, el 2022 participó en el 5to Laboratorio de Escritura Territorial impartido por Cristóbal Gaete en Balmaceda Arte Joven Valparaíso, actualmente cursa el taller de poesía de La Sebastiana.

“Amor a Huidobro”.
Revista Larus
LTRGO®