Sylvia Molloy o las trampas de la memoria



Por Lucas Martín De Mec  2023






En el año 2010, Sylvia Molloy publicó un texto de difícil clasificación genérica titulado Desarticulaciones. Aunque la propia editorial Eterna Cadencia lo cataloga como “1. Narrativa argentina 2. Novela” (6), diferentes características del estatuto de ‘novela’ se ven asediadas en el tratamiento que la autora le otorga a su “pulsión de narrar” (Amante 2021: 18). El día a día del acompañamiento y testimonio de una voz ‘narradora’ a una persona cercana, es tanto una excusa para poner por escrito fragmentos de sus memorias, como también el epicentro del conflicto vincular que supone lidiar con una conversación afectiva que se convierte paulatinamente en un monólogo.

Desde un primer momento, el término ‘desarticulaciones’ valdrá como significante de un conjunto abierto de referencias para lo que, desde este texto, se pretende enunciar y problematizar. Las afecciones físicas de ML. que toman, por momentos, un primer plano; la pérdida de la memoria que también aqueja a esta persona; el propio recuerdo de la voz narradora que comienza a imbricarse con el paso de los meses; la escritura fragmentaria de escenas que —superficialmente— no muestran vinculación en un primer momento; la superposición de temporalidades y escenas en la disposición del texto; la mención de los personajes únicamente con sus iniciales; hasta el trabajo de la ficción de figura autoral que se nos presenta con la intertextualidad (Genette 1989: 9) explícita o alusiva en las escenas que recupera en cada apartado.

La multiplicidad de entradas de significado que nos propone el título y la lectura del texto de Molloy nos habilita una apertura que excede los límites de las características típicas de una novela.


Por ejemplo, el concepto de ‘narradora’ rápidamente se ve —también— desarticulado. Aunque toma nociones típicas como el testimonio, el protagonismo y el uso de una primera persona singular propia de las novelas posteriores al siglo XIX, la confiabilidad en la voz que, acaso, organiza el texto y busca, o no, representar su realidad se convierte en tema de reflexión de la misma figura: “Acaso esté inventando esto que escribo. Nadie, después de todo, me podría contradecir.” (Molloy 2010: 30). La capacidad de representación del lenguaje es reconocida, pero también la intención o potencialidad de esta ‘narradora’ de falsear los núcleos narrativos del pasaje a la escritura de su memoria; aspecto que se aleja de la concepción decimonónica de representación de la realidad en la prosa.

La frase “Nadie me podría contradecir” supone, por lo menos, dos aseveraciones: primero, la ausencia de compañía a esta voz; segundo, el desvanecimiento del estatuto de ‘persona’ para su compañera, que deviene paulatinamente en un ‘nadie’, un duelo tratado desde la escritura y con antelación al momento ulterior de contacto con ella. La memoria es el punto de partida de su escritura, pero con la convicción de modificarla si es necesario para su tránsito por la pérdida: “No quedan testigos de una parte de mi vida, la que su memoria se ha llevado consigo. Esa pérdida que podría angustiarme curiosamente me libera: no hay nadie que me corrija si me decido a inventar.” (30).

Se bordea el tratamiento de la angustia, quizás existencialista, frente a la tensión presencia—ausencia que observa esta voz narradora. Sin embargo, la respuesta se distancia de las categorías del lugar común: la falta de testigos es una liberación, una puerta abierta al componente ficcional dentro de un marco que se pretende verosímil. La inquietud de esta primera persona singular se explicita en uno de sus fragmentos: “Yo quiero ser dueña de mi memoria, no que ella me maneje a mí.” (59). El reconocimiento del conflicto sobre el control entre la voz y su memoria, para avanzar en su proyecto de escritura.

Derrotada la figura de ‘narradora’, la acompañante de ML. explicita su deriva y busca una nueva categoría que satisfaga sus intenciones:

“No escribo para remendar huecos y hacerle creer a alguien (a mí misma) que aquí no ha pasado nada sino para atestiguar incoherencias, hiatos, silencios. Esa es mi continuidad, la del escriba.” (38).


El testimonio continúa en el foco de la atención, pero se libera de la obligación de buscar una totalidad en su relato. Presenta el rol del escriba, el papel de quien pone por escrito lo que no ha sucedido en el territorio de la escritura.

Aunque este término invitaría a la interpretación de un trabajo que se limita a la repetición de la memoria sin intervenciones, históricamente carga con una connotación diferente: el escriba está asociado a una figura de poder y, en la religión católica, por ejemplo, a la hipocresía. La posibilidad de ser quien pone por escrito y no tiene que rendirle cuentas a otro sobre lo que dice lo habilita, paradójicamente, a modificar el original. Con esta propuesta, de ‘narradora’ a ‘escriba’, se desliza uno de los primeros acercamientos a la impunidad, a la trampa a la memoria.

Aparece la diferencia en un ejercicio de repetición, “repetición como conducta y como punto de vista <que> concierne a una singularidad no intercambiable, insustituible.” (Deleuze 1968: 21). La escriba[1]logra trabajar escenas de su memoria dándole lugar a la singularidad que se produce en el momento de la escritura. La autopercepción de la voz narradora desde este nuevo lugar permite la resonancia en otras figuras de la historia de la literatura como el copista, quien también, en su ejercicio de repetición de un original, daba lugar a modificaciones.

Como ya ha sido presentado en este escrito, la cita obtiene un tratamiento singular dentro del abanico de referencias de las ‘desarticulaciones’ en el texto de Molloy. No se trata de una simple correspondencia de cada fragmento del texto con un libro de literatura ‘universal’, sino de una oscilación constante entre mención, escenificación o puesta en funcionamiento de algunos elementos de otros textos en alguno de los momentos de reflexión de la acompañante de ML: “Molloy hace lo que hace siempre: reescribe como quien hace reverberar. La escena es una cita.” (Amante 2021: 21). De esta manera, la lectura fragmentaria que restringe algunas de las zonas de narración del vínculo de ML. con la escriba, abre otras lecturas desde el trabajo con la literatura en general.

Tanto ML. como la voz de la narración son presentadas como investigadoras y profesoras de la carrera universitaria de Letras, por lo que su vínculo, además de ser recuperado con un compendio de escenas de la memoria de quien aún recuerda, puede ser reconstruido desde las lecturas que supieron compartir: “La cara se le ilumina al verme, te estaba esperando, me dice, como algún personaje de Rulfo.” (Molloy 2010: 30). En este pasaje, se asemeja la figura de ML., en proceso de desarticulación, con la del fantasma en Pedro Páramo de Juan Rulfo, cuando Juan Preciado visita Comala en busca de su padre y se encuentra con lo que ha quedado luego de la muerte.

El tratamiento de Molloy de la intertextualidad no se asienta en el literal traslado de las mismas palabras de un texto a otro, sino en el encuentro no fortuito entre lo propio y lo ajeno.



Y si bien no necesariamente enloquece, la cita siempre enajena. Se toma lo que se lee, y se lo reescribe para poder releerlo, pero transformado: ha sido –repito– enajenado.” (Amante 2021: 21). Nuevamente, la diferencia en la repetición que Gilles Deleuze propuso medio siglo antes de la publicación de Desarticulaciones. Desde la recepción, se permite leer el argumento del texto de Molloy, en este pasaje en particular, en clave de las propuestas de Juan Rulfo en su propio texto.

Uno de los fragmentos más relevantes en esta lectura de Molloy desde la escena como cita, es el titulado “Fracturas”: “Hace una semana, me atropelló una bicicleta y me rompió la pierna. Pasé días en el hospital, atontada por los calmantes, (…) No me acuerdo de nada: ni con quién hablé por teléfono ni qué les dije a los que me vinieron a visitar.” (Molloy 2010: 61). Por primera vez, la primera persona del texto se ve afectada físicamente por un accidente y comienza a ver la repetición de patrones entre ML. y ella, así como también los rasgos distintivos de su caso en comparación. La suspensión del raciocinio y del propio presente de su memoria  —“No me acuerdo de nada”— acompaña la pérdida de movilidad, la fractura que no imposibilita a la escriba y la iguala —en algunos aspectos— a ML. Sin embargo, sus recuerdos persisten y se exacerban, el reposo por su fractura propicia la reflexión.



[1] Se continuará con esta categoría, propuesta en el texto de Molloy, para evitar figuras asediadas en Desarticulaciones como la del ‘narrador’.

Este fragmento cierra con la explicitación de una escena que ya se encontraba resonando en el relato de la escriba: “Y pienso en ML., que durante su convalecencia no experimentó ese abarrotamientodigno de Funes, ML. que ni siquiera recordaba haberse roto la pierna aun cuando la tenía delante.” (62). La reverberación del texto de Borges “Funes el memorioso” cobra presencia en la materialidad del lenguaje de Molloy: no sólo la mención del personaje abre la lectura, sino también la puesta en funcionamiento de términos que no le son propios:

“Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.” (Borges 1942: 110).



El abarrotamiento se instala como clave de lectura de este fragmento de Desarticulaciones. Se establece el vínculo entre la escriba, ML. y Funes desde la inmovilización contra su voluntad y el trabajo de la memoria que esta situación acompaña. Sin embargo, la reescritura y el trabajo con las citas no se reduce, tal como menciona Adriana Amante, a un traslado de valores de un sistema al otro, a un sistema de injertos que fracasen en una lectura estéril.

La lectura desde esta propuesta de trabajo enajena, logra la confluencia entre lo propio —la fractura de la escriba, el recuerdo de ML. — y lo ajeno —un Funes postrado que recuerda de forma exacerbada—. Invita a una lectura activa y atenta, no solo del texto de Molloy, sino también de los textos en diálogo: Desarticulaciones se puede leer a través de sus escenas de citas y, también, los textos que exceden a la autora argentina y su época pueden revisitarse desde las claves de lectura de este texto de 2010: “He recordado minuciosamentela familia de mi madre, de mi padre, he pensado en mi hermana, he revivido los años que vivimos juntas en París, (…)” (Molloy: 62).

El adverbio de modo reverbera en el texto de Borges, indica la naturaleza del tratamiento que se realiza con la memoria: aunque falseada en la escritura, es atravesada por la intensidad, por la revisión de la vida, por la forma en la que se recuerda: “(Repito que el menos importante de sus recuerdos era más minucioso y más vivo que nuestra percepción de un goce físico o de un tormento físico)” (Borges 1942: 110). El protagonista del cuento que se encuentra frente a Funes y su memoria sin límites, remarca en varias oportunidades este modo de operación sobre el recuerdo:

instala, también, la singularidad de repetir lo que ha observado, aspecto que es explotado desde diferentes aristas en el texto de Sylvia Molloy.


La diferencia y la repetición como trampas de la memoria se trabaja desde otra de las inquietudes de un profesional de la carrera de Letras: el miedo al plagio. Uno de los pasajes del texto se focaliza en las clases de la escriba mientras ML. se encuentra en plena desarticulación: “Al comentar la novela en clase, emitiendo algunas de nuestras observaciones de entonces como si fueran nuevas, sentí como que nos plagiaba. O mejor: sentí como que la plagiaba a ella…” (Molloy 2010: 47-48). La copia de las clases cobra un doble movimiento: hacia una tercera persona, ‘ella’, o hacia una primera persona plural, ‘nos plagiaba’; nunca menciona que sienta que se repite a sí misma.

Problematiza la idea de novedad, se vuelve sobre la idea de ‘singularidad’ que ronda en torno de varios de los pasajes del texto y se le atribuye un nuevo tratamiento: el simulacro de novedad, manifestar como si fuera nuevo; plagiar desde una situación oral, donde no quedan registros tan tangibles como en la escritura. Debido a la naturaleza efímera de sus palabras en una clase universitaria — el ficticio apunte de clase sería una nueva instancia de diferencia y repetición que excede a la reflexión de la escriba —, el delito de copia se pierde en la impunidad de la incapacidad de respuesta y del medio en el que se produjo.

Las trampas de la memoria, entonces, tienen una presentación y desarrollo exhaustivos en el texto de Sylvia Molloy desde diferentes acepciones y vinculaciones con otros textos ajenos a la autora, pero concluyen en la misma instancia ulterior: la impunidad. Así como se decide terminar el encadenamiento de escenas que hacen al libro antes de la muerte de ML., se decide exponer la repetición de los recuerdos y las modificaciones conscientes a ese material sin culpa. Falsear la memoria tiene dos caminos en el texto de Molloy, la escritura de ML. mientras sigue viva para que perdure en la textualidad; pero también el olvido, que “permite el regreso impune; de alguna manera, ella ya ha vuelto.” (Molloy 2010: 75). La impunidad del accionar de la escriba —su trabajo con el simulacro, la trampa, la falsificación y el plagio— es el que permite que la escritura concluya antes que la vida de ML.






Bibliografía consultada

·        AMANTE, Adriana (2021). “La cita robada o los laberintos de la memoria de Molloy”. Revista Chuy, número especial “Todo sobre Molloy”, vol. 7, 16-29.

·        BORGES, Jorge Luis (1942). “Funes, el memorioso”, en Ficciones. Buenos Aires: Sudamericana.

·        DELEUZE, Gilles (2009). Diferencia y repetición. Buenos Aires: Amarrortu Editores.

·        GENETTE, Gerard (1989). Palimpsestos. La literatura en segundo grado. Madrid: Editorial Taurus.

·        MOLLOY, Sylvia (2010). Desarticulaciones. Buenos Aires: Eterna Cadencia. 






Revista Larus
LTRGO®