YANA



Por Daniel Ahumada González - 2024

*El siguiente poema corresponde a un extracto de un poema más extenso del mismo nombre*




Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran,

inevitablemente, padres o hijos.

- César Vallejo





YANA |

Vocablo quechua s. Negrura. Calidad de negro.





I


Que carece de luz este día, testimonio ante lo oscuro. El parto, deja caer tu cabeza, cuernos negros, yace aquí la voz primera de mi vientre. Veo desde el cielo un cadáver enorme. Desciendo por su torso al blanco de la luz y sus huesos. Mi primera muerte se llama MAMA.



[1]

MAMA,

toco tu halo, su edificación violenta.

Tracto vocal, rectángulos perfectos que oscurecen

la tráquea abierta del día.



Es verano,

las flechas cantan,

los tiuques desgarran hambrientos

el vientre de las nubes.



[2]

La saliva sabe a sordera,

teñimos la ropa con esmog

ojo opaco en tu garganta.



Lloro MAMA,

son 100 decibeles de cemento

o el peso del calor

sobre los tamarugales sucios.



[3]

Sobre un bloque negro

a contraluz

el graznido nos consume.



En ti la estría, frágil golpe

o la sombra construye,

no más vidas, ecos, siluetas,

manchas de luz y cloro.



Grabas un cuerpo entre las rocas,

anatomía de un sol enfermo.



[4]

Hago un nudo

para contar

los días de tu ceguera.



Hago un nudo

para decir

esta soga negra

es mi MAMA.



[5]

Te escucho hablar en la tos,

el peso que oscila como calor sobre mi cuerpo.

Blanco vacuo, la violencia, venas y voltios,

se queman los ríos.



Hago un hogar de la sombra,

me reconozco en el rumor de las ramas antes de decir,

MAMA, te vas y ya no recuerdo tu rostro.



[6]

Yo pensaba en lo que se fuera a abrir

si los santos cargaran con sus aureolas

como tú soportas con tu hambre,

como tú soportas el tajo permanente de mi cuerpo.



No el oxicorte de la lengua

que dice: a tu boca

la destruimos nosotros.



[7]

Me encuentro en ti,

esta palma abierta,

la grasa de todas las manos

en tu mano.



Interrumpido, un color grisáceo

asegura una amarra fuerte en mi cabello de niño.

Dices que está largo, que ojalá nunca me lo corte.



[8]

La antena es cruz,

ojo poluto del sol.

Facciones como truenos.



MAMA me enseñó

a escuchar el llanto de los edificios,

a ver cuerpos desnudos ante el frío.



[9]

Me miraba apenada

pues mi nombre se perdía

ante las formas del ruido,

se hacía impronunciable para ella.



[10]

MAMA,

¿por qué la muerte?

¿por qué esta muerte

siempre más allá

de lo que consume nuestro ojo?



Tu voz reposa muda,

pero aún en la roca,

la aureola de las moscas

al borde de tu cuerpo

nos recuerda a ti.






Daniel Ahumada González (Calama, 1995)


Criado en Iquique. Profesor de Lenguaje de la Universidad Alberto Hurtado, estudiante del Magíster en Teoría e Historia del Arte en la Universidad de Chile. Ha publicado la edición cartonera Hibakusha (Nelumbo Cartonera, 2018), la plaquette Niñas grises (Armatia Ediciones, 2018) y el poema Un himno (autopublicación, 2024).
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